29 junio 2010

De puta a legisladora pasando por emperatriz

Manteniendo la ligazón con la época y la personalidad de la Papisa Juana VI, es fascinante asomarse a la vida de otra mujer singular : Teodora de Acacio. Existen numerosos libros al respecto y esta vez voy a exponerlo con la ayuda e información del Blog "Retratos de la Historia".

No existe "culebrón", por muy exagerado que sea, que pueda competir con el alucinante destino de esta señora.
Ya es mucho que empezara siendo prostituta y terminase emperatriz, pero es que, además, fue la mejor como prostituta y una de las grandes gobernantes de toda la Historia como emperatriz.

En alguna parte de la costa asiática de Turquía o de las islas cercanas nació, en el siglo VI d.C., Teodora, hija de Acacio. Como miles de hombres y mujeres en permanente lucha contra la miseria y el hambre, ella, sus padres y sus dos hermanas, dejaron la aldea natal y marcharon hacia la capital del Imperio Bizantino, Constantinopla.
El centro vital de la capital era el Hipódromo, donde combatían gladiadores, competían cuádrigas y se exhibían animales exóticos, y a él acudió en busca de trabajo el humilde Acacio. Lo consiguió como ayudante del cuidador de osos de los Verdes, una de las dos facciones (la otra eran los Azules), en las que se dividían los aficionados al circo.
El padre de Teodora era un excelente trabajador, que realizaba su tarea a total satisfacción de sus jefes y de los osos, por lo que pronto fue ascendido a cuidador titular, gracias a lo cual la familia empezó a salir de su miserable situación.
Desgraciadamente, las alegrías de los pobres suelen durar poco. Acacio murió y su viuda, nuevamente casada, no consiguió que se otorgara a su segundo marido el puesto del primero, a pesar de que así lo exigía la costumbre y la tradición.

Ante la certeza de volver a caer en su antigua y penosa situación, la madre reunió a sus tres hijas, adornó sus cabezas con guirnaldas y flores en las manos para que se las identificara como "suplicantes", irrumpió con ellas en la pista central del Hipódromo, entre dos carreras, y contó sus desgracias, pidiendo a gritos ayuda a los jefes de los Verdes, facción para la que trabajó su difunto y primer marido Acacio.
Curiosamente, no la obtuvo de aquellos pero sí de los Azules (que la ayudaron para poner en ridículo a sus rivales), convirtiéndose el padrastro de Teodora en cuidador de osos de la facción que representaba los intereses del emperador, de la nobleza y el clero.
Junto con sus hermanas, la niña Teodora deambulaba por los siniestros subterráneos del Hipódromo, conociendo y sufriendo desde su primera infancia las más bajas pasiones humanas.
Para que las niñas muy pobres pudieran mejorar su situación, no había más caminos que el teatro o la prostitución; actividades que, sea dicho de paso, en la Constantinopla de aquella época, estaban íntimamente ligadas.

Cuando la mayor de las tres, Comito, llegó a la pubertad, su madre la introdujo en el teatro. Junto a ella, el público se acostumbró a ver a una niña de unos diez años que arrastraba el taburete en el que se sentaba la artista durante sus representaciones. Era Teodora, que de tan humilde manera empezaba a acostumbrarse a pisar los escenarios.
Pronto, ella misma empezó a actuar, sin haber alcanzado aún la pubertad. No tocaba la flauta ni el arpa, tenía una figura esmirriada y decía mal sus textos, pero... enseguida gustó.
¿Por qué? sencillamente porque Teodora tenía el don de excitar a los hombres.

Contaba chistes obscenos, se contorsionaba lúbricamente y, lo más importante, se presentaba en el escenario cubierta tan solo con un taparrabos.

Inteligente y ambiciosa, llegaba siempre un poco más lejos en sus representaciones para gustar más excitando mejor.
Un buen día, montó un número que la propulsó hacia las puertas de la fama.
Apareció en el escenario con su habitual escasez de ropa y, sin saludo ni palabra alguna, se dejó caer sobre el piso de piedra, con las piernas entreabiertas y la mirada perdida en el cielo que servía de techo al improvisado teatro en el que actuaba. Los espectadores contenían la respiración en espera de lo que iba a suceder..., y lo que sucedió estuvo lejos de defraudarlos.
Entraron varios esclavos portando pequeños sacos llenos de granos de cebada y esparcieron su contenido sobre el cuerpo yacente; especialmente sobre senos, muslos y sexo. Y ante la sorpresa del público enmudecido, empujados por los esclavos, irrumpieron seis a siete gansos que, como se puede imaginar, se lanzaron con furioso entusiasmo a devorar los granos.
Con gestos y contracciones, Teodora supo transmitir muy bien las supuestas sensaciones que el picoteo le producía y, pronto salido de su mudez, el auditorio estalló en rugidos.
A partir de ese día, Teodora fue invitada de honor en las fiestas llamadas "comunitarias", que organizaban los jóvenes nobles y los ricos.

Realizando tales proezas artísticas y gimnásticas, no puede extrañar que, con apenas 16 años, Teodora fuera la prostituta mejor pagada y celebrada de Constantinopla.
De sus ingresos tenía que entregar una generosa cantidad al maestro de danzas de los Azules ( una especie de impuesto de protección, pero muy legal). Cuando alcanzó el éxito y, con él, le llegó el dinero, la muchacha buscó independizarse. Convenció a su íntima amiga Antonina y, en compañía de otras dos chicas, abrió su propia "casa" que pronto fue una de las más acreditadas de la capital. El mejor burdel del Imperio, hablando claro.

Sin embargo, y sin que se entienda el motivo, cuando estaba ganando mucho dinero y afianzando su nombre, se dejó convencer por el recién nombrado gobernador de la africana provincia de Pentápolis y se fue con él a tan remoto lugar en calidad de "amante oficial".
La experiencia se tradujo en un rotundo fracaso y, fruto de ésta, trajo al mundo una niña que acabaría por dejar en Pentápolis, y un larguísimo camino de vuelta a Constantinopla. A pesar de ello, fue en ese camino donde se produjo la inflexión de su vida.
Dando tumbos de lecho en lecho, llegó a Alejandría y allí conoció al hombre que, junto a Justiniano, más influiría en ella.
No era, como cabría suponer, un rico libidinoso, sino un hombre de iglesia llamado Severo, ex-patriarca de Antioquía, que Roma separó de su alto cargo por defender la herejía monofisita (que sostenía la existencia de una sola naturaleza, la divina, en Cristo).
Recuérdese que durante los más de 1.000 años que duró el Imperio Bizantino, la principal preocupación de sus habitantes no fue el peligro turco o los placeres del lecho ni el Hipódromo, sino las discusiones teológicas en general y las referidas a las naturalezas de Cristo en particular.
Severo era hombre de gran sabiduría, primera autoridad en la Patrística y experto en las Sagradas Escrituras. De hecho, sus escritos aún perduran.

Hasta ese santo y eminente personaje llegó Teodora con toda su carga biográfica, y fue escuchada por él no una, sino muchas veces. Por primera vez la "ramera" podía hablar con un hombre que no deseaba su cuerpo, y aprovechó la oportunidad. En él volcó todos sus pecados y humillaciones y sufrimientos, pero también sus ideales, sus ambiciones y sus sueños.

Cuando Teodora dejó Alejandría para continuar su viaje a Constantinopla, se llevaba con ella la semilla del monofisismo, que arraigaría para siempre en su espíritu.

Su amiga y socia Antonina había logrado enamorar al joven y victorioso general Belisario, íntimo amigo del sobrino del nuevo emperador, Justino.
Este sobrino, a quien el emperador había rebautizado Justiniano, era hombre de cultura y ambición suficientes para desear ocupar el trono cuando su tío, ya sexagenario, muriera.
Desde su regreso, Teodora convivía con sus antiguas amigas en el burdel que también había sido de ella, pero no participaba en fiestas ni aceptaba la compañía de hombres. Para sorpresa de toda la ciudad, pasaba los días hilando en una rueca.
Aceptó, sin embargo, la invitación de Antonina para conocer a Justiniano (heredero del Emperador), llevado al burdel por su amigo Belisario. Y ocurrió lo imprevisible.

Justiniano, hombre de mil amantes, religioso hasta el fanatismo y amigo de todos los placeres, compendio fiel del bizantino de su época, se enamoró de la prostituta a la que decenas y decenas de hombres habían poseído.

Justiniano pronto hizo su amante a Teodora y, tras unas semanas de breves encuentros, la instaló en su lujosa residencia. Para regocijo de todos los que tan íntimamente la habían "conocido", no pasó mucho tiempo, sin que la antigua prostituta fuera elevada a la alta dignidad de patricia. Eso suponía, claro está, que Teodora podía por fín ocupar el palco reservado a las mujeres nobles en el Hipódromo. Atrás quedaban los tiempos de los subterráneos fétidos, los manoseos de su cuerpo y la humillación del día en que fue "suplicante".
Pero quería ser la esposa de Justiniano, cosa imposible puesto que la ley, en este punto, era tajante: prostitutas y artistas del teatro no podían casarse con nobles, y además Justiniano estaba casado con Eufemia.

No hubo boda, pero por poco tiempo: Eufemia falleció al poco y por causas naturales, dejando el camino libre y sin obstáculos.
Tres años más tarde, el emperador decide compartir la pesada carga del gobierno con Justiniano, asociándole al trono y coronándole emperador. Teodora ya está al pie del trono.
Cuatro meses más tarde, fallece Justino y Justiniano asume todas las atribuciones de "Basileus" a sus 45 años; Teodora, convertida por fin en emperatriz consorte, tiene entonces 27 primaveras.
Pero la historia no acaba ahí, aunque parezca que con su ascenso en el exclusivista olimpo de las testas coronadas, se cumpla su increíble destino.
Teodora quería llegar al trono, pero no para usufructuarlo, sino para "gobernar".

Cierto que se excedió en sus venganzas y, junto a su marido, expolió al pueblo con impuestos para financiar las faraónicas obras que los dos concibieron y realizaron; entre ellas, el templo de Santa Sofía, el más bello de la cristiandad. Pero cierto también que las leyes que propició son motivo de admiración aún hoy.

En el "Corpus Juris Civilis", magna compilación legal de Justiniano, está la mano, el cerebro y el corazón de Teodora; en especial en el apartado de "la familia y la propiedad privada".
Por su directa intervención, los juristas que conformaron el "Corpus" derogaron la inicua ley que impedía la unión entre artistas y prostitutas con los hombres, fuesen o no nobles, que libremente desearan desposarlas.
Logró también que se incluyera la persecución del proxenetismo (antes protegido por la ley) y la declaración de que la prostitución es "un agravio a la dignidad de las mujeres".
En contra de lo que todas las legislaciones establecían, Teodora logra dar fuerza legal al principio de que los hijos tienen los mismos derechos, incluso ante la herencia, hayan nacido legítimos o ilegítimos.

Hay que tener en cuenta que esta igualdad se ha logrado en la mayoría de los países durante el siglo XX, y que Teodora la postuló y llevó a cabo hace nada menos que 1.500 años!
Más allá de las leyes, realizó una persistente y eficaz campaña para erradicar la prostitución.
En cuanto a las que elegían casarse, la emperatriz se encargaba personalmente de concederles una generosa dote.
Por aquellos tiempos, los hombres apaleaban, engañaban, repudiaban a sus mujeres: hacían cuanto se les antojaba con ellas. Con Teodora, éstas pudieron tomarse un desquite.
Fémina que llegara hasta palacio para presentar una queja contra marido, padre o hermano podía tener la seguridad de que sería escuchada y de que el agravio del cual era víctima, no quedaría impune.
Evidentemente, las mujeres bizantinas, fuertes de esa protección imperial, se vengaron y engañaron a sus maridos descaradamente, a sabiendas de que si éstos se propasasen con ellas, darían con sus huesos en la cárcel.

Y, ya ven vuesas mercedes, aquí comienza el terrible azote actual del dominio de las feminazis.

Pero los impuestos y los excesos cometidos por más de un alto funcionario imperial, llevaron al pueblo a la insurrección. En el año 532, y al grito de "Nika!" (Victoria), las turbas se hicieron con el control de Constantinopla, matando y quemando a discreción. Todo parecía perdido para el emperador; tenía un puñado de soldados fieles pero sus enemigos eran decenas de miles.
Con el palacio imperial quemado en parte por la chusma, se celebró una tensa reunión entre Justiniano, los jefes militares fieles y los ministros. La mayoría opinaba que el monarca debía abandonar la capital y refugiarse en la costa asiática y, desde allí, intentar la resistencia. A punto de ceder, intervino inopinadamente Teodora, irrumpiendo en la sala y yendo contra la costumbre de que la emperatriz interrumpiera una sesión del consejo y, mucho más, que hablase. Pero Teodora no se paró en formalismos. Con voz clara y firme, mirando cara a cara a Justiniano, dijo:

-"Sobre si está bien visto o no que una mujer se presente ante hombres o se atreva a mostrarse cuando otros vacilan, no creo que sea éste el momento más apropiado, ante la presente crisis, para discutir un punto de vista u otro. Pero cuando una causa corre el máximo peligro hay un solo y verdadero camino a seguir: aprovechar lo máximo posible la situación actual. Creo que en estos momentos la huída es inapropiada, incluso si lleva consigo la salvación. Una vez que un hombre ha nacido a la luz es inevitable que tendrá que enfrentarse con la muerte, pero un emperador no puede soportar el verse convertido en fugitivo. Emperador, si quieres huir en busca de la salvación, te resultará fácil; tenemos dinero en abundancia, a la vista está el mar, aquí están los barcos. Sin embargo, en lo que a mi respecta, aún creo en el viejo proverbio de que la realeza es una excelente mortaja."

Humillados por una mujer, los ministros derrotistas enmudecieron y habló el valiente general Belisario, obteniendo la inmediata aprobación del atónito Justiniano para su plan represivo.
Según algunos historiadores, más de 20.000 murieron en esa jornada, pero la sublevación fue totalmente vencida y salvado el trono bizantino. Y todo gracias, no al insigne Justiniano, sino a Teodora, la antigua "ramera", que vivió, reinó y gobernó, junto con su marido, durante 16 años más.

Finalmente, en el año 548, un cáncer de mama acabó con su vida, no sin antes haber casado a su sobrina predilecta, Sofía, con el sobrino favorito de Justiniano, Justino. A la muerte del "Basileus", la pareja heredaría el trono.

Cuando fue prostituta, fue la mejor; cuando emperatriz, superó al gran Justiniano.
¿Hay quien la iguale?

Tellagorri


9 comentarios:

  1. Al menos esta, era una mujer de los pies a la cabeza, que supo imprimir caracter, y con inteligencia, sacar provecho de sus relaciones con los poderosos.Igualico que las Bibianas, Leires y demas fauna antropomorfa, que la unica cualidad que tienen, es ser apadrianadas por politicuchos de poca talla intelectual, y que mas les hubiera valido, haber pasado antes por el prostibulo, que por el partido, al menos hubieran aprendido algo.
    Excelente post D. Javier, me ha encantado
    Un saludo

    ResponderEliminar
  2. DON MANUEL
    En lo de las relaciones y modos de alcanzar el Poder, tiene mucha razón : le han copiado las Bibianas, Pajines y demás ralea de maricones. Pero les falta el punto de saber lo que es un Código de Leyes Civiles para parecerse a la Teodora. O para mandar construir una catedral sin par, aunque las de hoy son capaces de mandar hacer de ese tamaño las MAISONS DES PUTES.

    ResponderEliminar
  3. Hoy en día la carrera es a la inversa. Se llega a ministra, presidenta del constitucional o cualquier otro cargo y luego se prostituyen, ebrias de poder e ineptitud.

    ResponderEliminar
  4. ASPIRANTE
    Buena comparación, también. Pasan de menistras a putas y ya se quedan ahí para siempre pero con los bolsillos bien llenos.

    ResponderEliminar
  5. Tellagorri, una historia apasionante y muy bien narrada la que nos traes hoy, un ejemplo de como una persona por sus capacidades puede llegar desde lo màs bajo a lo màs alto, aunque algunos hagan la gracias de que hizo muchas horas extra, pero en realidad a los hombres importantes de su vida como Justiniano no los enamorò por su sexo, sino por su inteligencia...aunque como dices tambièn tuvo algùn ramelazo feminazi...aun asi fue una gran emperatriz y supo tomar decisiones difìciles en momentos difìciles, algo que ZP no harà jamàs.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  6. Una mujer de armas tomar, sin duda. Una historia muy, muy interesante. Buscarla una alter ego hoy en día... Complicada tarea.

    ResponderEliminar
  7. CAROLVS
    Tienes mucha razón : la causa de su éxito está en sus capacidades intelectuales y en ser mujer de una sola pieza.

    ResponderEliminar
  8. INISFREE
    Efectivamente, das en el clavo. Buscarla un alter ego actual ni hay ni se la espera.

    ResponderEliminar
  9. Chiquillo qué "fertilidad" "pariendo" post. Anoche leí este impresionante relato de una vida también impresionante, hoy llego un poco tarde a comentar y ya has colgado otro post.
    ¿Sabes? me llevas con la lengua fuera.

    Me parece por lo que cuentas una mujer muy luchadora, que supo hacer todo lo que estuvo en su mano para conseguir sus objetivos.

    Saludos.

    ResponderEliminar