Lo cuenta Sarah Elliott, periodista.
A veces ocurre que cruzas una frontera y, más que en un país, te adentras en una noche de tiempos primitivos. Una de esas noches es la República Democrática del Congo, un matadero del tamaño de Europa.
Pasas una frontera; luego, una verja de hierro; finalmente, la fronda de un aguacate; te sientas frente a un adolescente esmirriado en un antro oscuro y, al escucharle, te das cuenta de que la mente humana es capaz de cualquier cosa.
"Aquí estamos en la Prehistoria", me había avisado el director del Centro de Recuperación para Niños Soldado, Murhabazi Namegabe. `Aquí´ es Bukavu, al sur del lago Kivu, en la frontera con Ruanda.
"Los niños, todos, aprendieron a matar, mutilar, violar. Cuando llegan, son salvajes. Provienen de grupos diversos en guerra entre ellos. Al principio se enfrentan incluso aquí. Tenemos que aplicarnos con ahínco para hacerlos humanos."
Sentada delante de Byabey Kambale, comprendo lo que quería decir el director.
Byabey tiene 16 años y una expresión plácida. Tenía 11 años cuando lo capturaron y se lo llevaron a la selva, donde fue iniciado en la guerra. "Unas veces nos castigaban; otras nos pegaban", dice. Su instrucción incluía permanecer tumbado en el agua durante una hora o de rodillas medio día. Le ordenaban que cocinara y, si no estaba bueno, lo encerraban en una celda al sol. Le decían que era parte del adiestramiento, que servía para defender a su país y para no sentir piedad del enemigo. Las reglas estaban claras. Ellos eran congoleños y los enemigos, los ruandeses.
"El general nos ordenó que nos comiéramos a los enemigos", afirma con expresión totalmente neutra.
–¿Y tú qué hacías?
–Me los comía.
–¿Te los comías?
–Estaban buenos. La carne era sabrosa, más que otras que he probado, mejor que la de ternera o la de cordero. Me comí a más de diez ruandeses.
–¿Diez ruandeses?
–Diez, seguro. Algunos se comían hasta la cabeza. Yo la probé una vez, estaba buena. Lo único que estaba prohibido comer era el corazón.
–¿Y por qué?
–Lo primero que había que hacerle al enemigo era arrancarle el corazón para hacer medicinas. Lo cortábamos en trocitos, lo condimentábamos con plantas y hacíamos una pomada que nos untábamos por el cuerpo antes del combate. Era nuestro secreto.
–¿Qué quieres decir?
–La pomada nos volvía invencibles. La usamos muchísimo. Con la pomada nos volvíamos inmunes a los proyectiles. Los enemigos huían. Tenían miedo.
Byabey dice estas cosas relajado, con los brazos cruzados, las piernas ligeramente abiertas, como un episodio más en su corta vida. Nació cerca del Parque Nacional Kahuzi-Biega, un lugar de desmesurada belleza y desmesurado sufrimiento, el año en que, con la llegada de los ruandeses, todo comenzó.
En 1994 se produjo el genocidio de Ruanda, los hutus masacraron a 800.000 tutsis. El dictador congoleño Mobutu apoyó a los hutus, así que cuando, poco después, los tutsis tomaron el poder en Kigali, la capital ruandesa, Mobutu abrió la puerta a los autores del genocidio, que huían: dos millones de personas a quienes, al cabo de dos años, alcanzó la tremenda venganza de los tutsis. Las tropas del presidente ruandés Kagame penetraron en el Congo, expulsaron a Mobutu, instalaron en el poder a Laurent Kabila y se dedicaron a la aniquilación de sus exterminadores.
Desde entonces han pasado muchas cosas (a Kabila padre le sucedió Kabila hijo y también hubo, en 2006, elecciones), pero un par de cosas no se han visto alteradas: los tutsis de Ruanda siguen en el Congo para matar a los hutus (y, de paso, depredar las minas de coltán, diamantes y oro) y una miríada de grupos congoleños sigue dando caza a los tutsis que cazan a los hutus, o a los hutus que cazan a los tutsis, depende del viento que sople en la capital, Kinshasa.
El resultado de esta vertiginosa y a menudo incomprensible veleta es la más silenciosa hecatombe desde la Segunda Guerra Mundial: 5,4 millones de muertos.
Mientras escribo, ya sea por malnutrición, por actos violentos o por otras causas ligadas al conflicto, mueren 62 congoleños cada hora, uno cada minuto, 1.500 al día, 45.000 al mes. "Y quien no muere, se va volviendo loco día a día", me dice una activista local, Dominique Bikaba.
El resto del mundo no parece darse por enterado. Y los que se enteran, se dan por vencidos.
La ONU tiene en el Congo la más imponente y onerosa de sus misiones (Monuc): 20.000 cascos azules y un coste de 1.400 millones de dólares al año, en teoría para respaldar al Ejército del Congo. Pero parte del problema, explica el mayor pakistaní de la ONU Mohammed Wasif Bukhari es que los nativos no se fían de las fuerzas armadas congoleñas... y con razón. "El Gobierno es pobre, los militares no cobran y se convierten en bandidos. No hay ley que valga cuando se tiene hambre."
Tabena Isima, una dulce señora local, lo confirma: "En teoría, las tropas están aquí para luchar contra los ruandeses y proteger a la gente. Sin embargo, roban en los campos y atacan a las mujeres. La única diferencia es que antes las dos minas, la de coltán y la de oro, eran explotadas por los rebeldes y ahora por los soldados. No ha cambiado nada".
Tellagorri
bukavu otrade congoleños
La verdad es que leerlo impresiona; son muchos los "intereses oscuros" que se esconden en esa zona, dictadores puestos y sacados de un día para otro, y odios ancestrales que son alimentados por los caciques locales. A los niños se les arranca de su infancia a golpes, para enseñarles que matar al enemigo es el único camino valido para ellos. No es de extrañar que solo tengan dos futuros, uno acabar muertos o dos acabar locos.
ResponderEliminarY por detrás los países del primer mundo como el nuestro vendiendo armas para poder así hacer menos pesada la carga de la crisis. De los hijosputas de la ONU poco que decir, que por muchos soldados que se envíen a cualquier lugar si se les ata de pies y manos por cuestiones políticas, mejor estaban en sus casas.
Hace tiempo lei esto en un blog y lo guardé:
ResponderEliminar"Las trágicas paradojas, de la guerra de Ruanda /las paradojas de la etnicidad artificial y de la tradición inventada/ no acaban aquí. En 1930 los colonos belgas habían previsto realizar un censo con el fin de proporcionar un documento de identidad; en él se indicaba si la persona era tutsi, hutu o twa (pigmeo). Puesto que no era posible distinguir somáticamente a un hutu de un tutsi, lo mismo que era imposible efectuar la distinción sobre una base lingüística se decidió adoptar como criterio étnico discriminante el número de reses que poseía cada uno. La posesión de ganado bovino, seguía siendo en efecto un indicador de prestigio para la población local: Los belgas lo transformaron en criterio de etnicidad, evidentemente sobreentendiendo que solo los individuos de raza tutsi, podían poseer un número suficiente de reses. Se decidió así que a los individuos varones que poseían diez o más bueyes había que considerarlo tutsis; los demás que no tenían un número inferior de animales, o no tenia ninguno, serian considerados hutus. Y así para siempre, Estos documentos siguen existiendo hoy y han servido para que los combatientes de las dos facciones supieran a quien había que matar y quien se salvaba. Todo por una “tradición”creada por otros, pero que la memoria colectiva de tutsis y hutus había hecho desgraciadamente propia."
¿Te recuerda a algo más próximo?
A mí al culo de Arzallus.
Si no hay diferencias somáticas, se cuenta el número de vacas, si no hay vacas, el rh, y si tampoco.....se abre bien el culo en los seminarios.
Horror.
ResponderEliminarEl mal anida en el corazón del hombre, que a veces da rienda suelta a sus instintos más crueles y perversos.
Desde la descolonización por parte de las potencias dominantes, despues de la II Guerra Mundial, y debido a la falta de estructuras fuertes que llevaran a los distintos paises por la senda del progreso, estos se vieron obligados a pedir grandes sumas de dinero a sus antiguas metrolopis, a traves de banqueros y prestamistas; que a su vez trataton de influenciar politica y economicamente en la situación africana, ya que el dinero prestado no solo no arreglo la situación, sino que parte de ese dinero fué despilfarrado por los nuevos administradores locales corruptos.
ResponderEliminarA partir de ahi, se abrio la veda para la explotación de los recursos a traves de multinacionales, que no dudan en pagar gobiernos afines a sus intereses, fomentando la corrupción y haciendo politicas de exterminio, con el unico fin de dominar la situación, y seguir sacando ventajas economicas con la explotación de los recursos (oro, diamantes, coltan, petroleo), teniendo unos capataces bien pagados, y una mano de obra muy barata.
Mientras la ONU hace oidos sordos en la solución de los problemas, debido a la presión de las grandes potencias, que tienen intereses en la zona, los problemas de Africa, seguiran siendo, odio, miseria y hambre (todo lo demas lo ha explicado usted muy bien en el post).
un saludo
Hola Tellagorri.
ResponderEliminarCada vez que tratas estos temas se me hace un nudo en la garganta. Es horrible saber que esto está pasando en pleno siglo XXI y no se pone remedio eficaz.
Y lo más triste de todo es que se está quitando la infancia a esos niños para convertirlos en sádicos, en víctimas y verdugos a la vez.
Un beso.
El tema de la guerra en el Congo prácticamente silenciado por los medios de comunicación constituye una verguenza mundial en la que de alguna manera están implicados muy diversos estamentos y organizaciones : unos por inducción, otros por acción directa, otros por su apoyo vergonzoso y vergonzante, otros por no actuar con la energía y decisión necesaria para cortar en seco esta masacre, y los demás por ocultar, como avestruces, la existencia y magnitud del patético caos. Muy pocos medios de comunicación reflejan este caos y gracias a los posts, como este mismo, de vez en cuando se despierta la conciencia de la gente, casi siempre adormecida.
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