18 junio 2016
Los domingueros
Los hay que disfrutan una tarde entera en una terraza o en un museo. Y después están los clásicos, esos que siguen copando las carreteras españolas. A éstos, tradicionalmente alérgicos a pisar el acelerador, su maletero les delata: no sabes si van a pasar un día en el campo o varios meses en la taiga siberiana.
La vestimenta del verdadero dominguero, el de pura cepa, es muy característica. Y hay varios tipos. Están los aventureros (con bermudas, calcetines hasta las rodillas y gorro de pescador), los del chándal ochentero de tactel o de su equipo favorito, y los playeros.
Estos últimos no se diferencian por su indumentaria pero sí por sus accesorios: son los que llevan el cocodrilo hinchable, la pelota de Nivea y a la suegra con el transistor. Coleccionan a su paso miradas con recelo. Y es que los autóctonos de las zonas costeras no comulgan con su irrupción en las playas, en comando, con un arsenal de mesas y sillas plegables, neveras, sombrillas y conversaciones a voz en grito. Porque ni es junio de 1944 ni estamos en Normandía.
El origen de los primeros domingueros radica en la II República. La mejora en las infraestructuras viarias animó a los residentes de las principales ciudades a escapar por unas horas al campo, a la ribera de un río, a la costa o a la sierra. Y con esto se originó otro mal endémico que perdura hasta nuestros días: los atascos.
Lejos queda aquel padre de familia que plantaba un mantel de cuadros rojos y blancos sobre algún césped y abría una cesta de mimbre con sándwiches realizados por la mujer de la casa. Los domingueros en la actualidad cuentan con un perfil más heterogéneo, son familias, y sobre todo parejas, que les gusta la carretera. Quieren descubrir paisajes y ciudades cercanas; comprar los productos típicos, conocer los atractivos culturales... Pernoctan el viernes y/o el sábado y no les importa sufrir las grandes retenciones de tráfico a su regreso
(D. Somolimos)
En el norte los bilbainos, alaveses, navarros y riojamos nos invaden las costas, pero eso no es malo. Lo curioso es que suelen traer, para pasar el día, una cantidad tal de bártulos con comidas diversas, bebidas, y accesorios de sillas, mesas plegables, lanchas hinchables y juguetes playeros de niños en tal cantidad, que para cuando llegan desde el estacionamiento del coche a la arena, ESTÁN DERRENGADOS. Como si hubieran hecho los 200 kmes. libres a pie.
ResponderEliminarDON LUPERCIO.
EliminarNo sé de dónde hablas pero me imagino que te refieres a Guipúzcoa que es en donde aterrizan todos esos que citas.
En Zarauz dan pena los domingueros arrastrando todos sus bártolas hasta la playa como si fuerna quedarse a vivir en la arena.
Una fauna peculiar.
ResponderEliminarDON TRECCE.
EliminarEs bastante peculiar, sí. Y en ocasiones te puedes tropezar con algún energúmeno que arremete contra el vecindario local porque los colores de las rayas de estacionamiento no coinciden con los que tiene en su pueblo.