Los ducados son ahora maravediés

Hoy nos corresponde a los blogueros comentar algo sobre esa patochada de la España folclórico-cutre que nos ha tocado sufrir.

Ahora resulta que lo normal es que una señora octogenaria, con dificultades graves de dicción (que son las evidentes) quiera casarse con un señor 25 años más joven que ella. Y es normal, también, que él esté perdidamente enamorado de ella.

Como consecuencia de todo lo anterior, lo que corresponde es que sus hijos, que albergan legítima preocupación por el futuro de su madre, se conviertan en los malos de la película.  Y además, para terminar de perfilar la caricatura de la situación, se han callado en cuanto se ha repartido la herencia.

Vamos, que el "interés legítimo" va a resultar que es el del nuevo duque consorte y no el de los hijos, que son los Alba.

Tres ducados había en España que representaban las grandezas históricas del país : Medinaceli, Medinasidonia y Alba. Uno terminó en la carcel por pedarasta, la otra murió de lesbiana casándose con su secretaria, y ésta última convirtiendo palacios emblemáticos en praderas del Oeste americano.

Pero esta vez el novio está inmunizado. Él ha alcanzado la gloria de ser duque consorte de Alba contra todo, contra todos, contra la naturaleza.
Están los periódicos llenos de elogios a la libertad radical de Cayetana de Alba. Y qué bonito es poder exaltarla. Pero qué difícil resulta casar esa libertad con querer ser por encima de todo duquesa de Alba.

Porque lo natural es que si tú no quieres respetar ningún convencionalismo porque todos te parecen fuera de lugar, haya quién se pregunte por qué a ti te tienen que guardar un respeto diferente a los demás.

Y ya se sabe, que en estos casos, si tú quieres ser como los demás, los demás pueden querer ser como tú. Muy legítimamente.

Si Fadrique, Quinto Duque de Alba, el que degollaba flamencos e italianos o germanos con igual frialdad que los que lo hacen en Benidorm con los pollos que dan de pienso a los ingleses (Chicken with potatoes), levantara cabeza ahora no dejaba un descendiente suyo en pié.

Tellagorri