Los bisontes y las cabras

Un destructivo tornado ha arrasado una pequeña ciudad estadounidense, acabando con el 80% de sus casas y dejando un saldo de más de 100 muertos. Aquella especie de ogro gigantesco lanzaba al aire una vivienda con todos sus habitantes dentro, con la misma facilidad con que un muchacho le hubiera dado una patada a una lata, y luego se aproximaba lentamente rodeado de un cinturón de seres humanos, animales y automóviles que volaban como hojas secas.

En aquella inmensa región del Lejano Oeste los tornados constituyen un fenómeno natural impredecible e incontrolable. No existe fuerza humana capaz de detenerlos.

¿Pero por qué causan tanto daño?

Al observar con atención las fotos del desastre, se concluye la respuesta. Lo único que queda en pie son las chimeneas, construidas con cemento y piedras y asentadas sobre profundos cimientos. El 90% de las casas del Medio Oeste americano se han levantado a base de un cuadrado armazón de vigas de madera encajado en un suelo inestable.

Las paredes ni siquiera están hechas como antaño (de auténticos tablones de cedro o pino), sino de un frágil contrachapado con techos de madera ligera. Se observan continuamente casas volando, ardiendo o navegando Mississippi abajo, pero una y otra vez se comete el error de levantarlas de idéntica madera, costumbre estúpida y obsoleta, heredada de unos tiempos en los que no se podía hacer otra cosa.

Para los colonos que avanzaban a la conquista de nuevos territorios del lejano Oeste lo más cómodo y práctico, casi lo único que tenían a mano para alzar sus viviendas, eran árboles, dado que la tierra no les servía. Las grandes praderas norteamericanas están constituidas en su mayoría por terrenos de aluvión arrastrados por los incontables afluentes de los ríos Mississippi y Missouri por lo que apenas existe arcilla en superficie y la tierra de las primeras capas suele ser casi polvo. Si se intentan fabricar bloques de barro con ella, en cuanto se secan se deshacen y sólo queda la paja.

Antiguamente dentro de las cabañas sólo se guardaban muebles y ropa, mientras que ahora aparecen repletas de televisores, ordenadores, neveras, joyas, relojes, cuadros, dinero y objetos de gran valor, todo ello protegido por un frágil armazón y unas delgadas tablas que el viento, el agua, o el fuego, destruyen en un santiamén.

Los indios americanos vivían en tiendas de piel de búfalo. Los colonos, a su vez, en cabañas de madera. Y los modernos norteamericanos siguen sin aprender la lección y sus casas son derribadas con demasiada facilidad, con el agravante de que, antaño, la buena madera abundaba.

Han arrasado sus bosques deteriorando de forma irrecuperable el medio ambiente. Han provocado la erosión del terreno con lo que cientos de especies de plantas y animales han perdido su hábitat. Todo ello sin contar el CO2 que los árboles han dejado de absorber debido a la manía de no levantar casas de ladrillos u hormigón armado que no se lleve el viento.

Un país que lo tiene todo para seguir siendo potencia mundial, pero que se va desinflando y endeudando debido a la avaricia de unos pocos y la desidia de muchos.

A lo largo de la Historia, la humanidad ha avanzado navegando en un río de su propia sangre. Para que ese río discurra con suficiente cauce, alguien tiene que fabricar las armas con las que se derrame esa sangre, pero que el país que se considera líder del planeta tan sólo lo sea en ese terreno da mucho que pensar sobre un futuro que depende de las ansias de riqueza de unos pocos. Es siempre esa avaricia desmedida la que nos lleva a las crisis.

La culpa del crack del 29 la tuvo una brutal matanza de bisontes. Cuando los europeos llegaron a EEUU, el Medio Oeste, (del río Mississippi a las Montañas Rocosas, y de los Grandes Lagos a la costa Caribe), estaba conformado por una llanura inmensa donde la mayor altura no superaba los 50 metros sobre el nivel del mar. Todo aparecía cubierto por un mar de hierba, donde habitaban los bisontes, de los que se alimentaban los indígenas.

El bisonte tan sólo muerde de la parte fresca y superior de la hierba por lo que actúa como una segadora. Como las gigantescas manadas siempre marchaban hacia delante, las praderas se mantenían como un hermoso jardín muy bien podado.

Pero un buen día un estúpido general racista concibió la brillante idea de que para acabar con los salvajes bastaba arrebatarles su principal fuente de alimentos. En poco más de 30 años se masacraron casi 100 millones de bisontes de los cuales se aprovechó sólo la lengua desperdiciando millones de toneladas de carne. Luego llegaron miles de labradores que trazaron largos surcos con sus arados sin darse cuenta de que la tierra era casi tan fina como el polvo, y sólo las raíces de la hierba la mantenían pegada al suelo evitando la erosión.

Se volteó la tierra y se la expuso al aire. De modo que, a principio de los 20 sopló demasiado viento y se formó el gran cuenco de polvo, que giró y giró ocultando el sol durante años. Sobrevino una terrible sequía, los granjeros pidieron créditos para salvar sus cosechas confiando en que la situación mejoraría. Pero no fue así y la mayor parte de los agricultores tuvieron que emigrar a California, tal como refleja John Steinbeck en su novela "La uvas de la ira".

Al no poder pagar sus créditos a los bancos agrícolas, los campesinos se quedaron con millones de hectáreas improductivas. Acabaron quebrando. Como también pidieron créditos a los bancos comerciales, los arrastraron en su caída. Todos aquellos que solían guardar su dinero en los bancos vieron cómo desaparecían sus ahorros y se dedicaron a invertir en bolsa por lo que esa bolsa empezó a hincharse como una inmensa burbuja.

En octubre de 1929, un judío inglés que poseía una inmensa cantidad de acciones, se percató de la catástrofe y decidió vender. Bastó con que un solo hombre quitara una carta para que el castillo de naipes se viniera abajo y el crack supusiera una crisis total para EEUU.

En España sucedió lo mismo con el mercado inmobiliario. Pese a que hace seis años, dado que el Gobierno no frenaba la especulación, eran los bancos los que debían evitar que continuara,  nadie escuchó. Se escudaron en la absurda teoría de que son los gobiernos los que deben solucionar ese tipo de problemas.

Los gobiernos no suelen ser la solución, son el problema y cambian continuamente. Los bancos, por su parte, permanecen pese a todas las crisis y nos consta que carecen de ideología. Pese a esto, no disponen del personal idóneo para estudiar el pasado, analizar las tendencias, entender que la historia se repite y tomar medidas correctoras. No hay economista capaz de predecir lo que va a suceder al día siguiente.
Ahora se encuentran con que son dueños de millones de casas, como antaño los bancos americanos lo fueron de millones de hectáreas porque los bisontes fueron a la crisis del 29 lo que el cemento ha sido a la actual.

La avaricia y la falta de respeto a nuestro entorno nos conducen a la ruina: la diferencia entre una vaca y una cabra es que la cabra arranca la raíz, mientras la vaca trisca la hierba y respeta la raíz. Las cabras, al igual que los seres humanos, acaban viviendo en lugares inhóspitos porque los vuelven inhóspitos.

Y España está llena de cabras en puestos políticos.

Tellagorri

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