12 enero 2010

A los "turistos" de folleto de agencia


Hace treinta y dos años desaparecí en la frontera entre Sudán y Etiopía. En realidad fueron mi redactor jefe, Paco Cercadillo, y mis compañeros del diario Pueblo los que me dieron como tal; pues yo sabía perfectamente dónde estaba: con la guerrilla eritrea.

Alguien contó que había habido un combate sangriento en Tessenei y que me habían picado el billete. Así que encargaron a Vicente Talón, entonces corresponsal en El Cairo, que fuese a buscar mi fiambre y a escribir la necrológica.

No hizo falta, porque aparecí en Jartum, hecho cisco pero con seis rollos fotográficos en la mochila; y el redactor jefe, tras darme la bronca, publicó una de esas fotos en primera: dos guerrilleros posando como cazadores, un pie sobre la cabeza del etíope al que acababan de cargarse.

Lo interesante de aquello no es el episodio, sino cómo transcurrió mi búsqueda. La naturalidad profesional con que mis compañeros encararon el asunto. Conservo los télex cruzados entre Madrid y El Cairo, y en todos se asume mi desaparición como algo normal: un percance propio del oficio de reportero y del lugar peligroso donde me tocaba currar.

En las tres semanas que fui presunto cadáver, nadie se echó las manos a la cabeza, ni fue a dar la brasa al ministerio de Asuntos Exteriores, ni salió en la tele reclamando la intervención del Gobierno, ni pidió que fuera la Legión a rescatar mis cachos.

Ni compañeros, ni parientes. Ni siquiera se publicó la noticia. Mi situación, la que fuese, era propia del oficio y de la vida. Asunto de mi periódico y mío. Nadie me había obligado a ir allí.

Mucho ha cambiado el paisaje. Ahora, cuando a un reportero, turista o voluntario de algo se le hunde la canoa, lo secuestran, le arreglan los papeles o se lo zampan los cocodrilos, enseguida salen la familia, los amigos y los colegas en el telediario, asegurando que Fulano o Mengana no iban a eso y pidiendo que intervengan las autoridades de aquí y de allá –de sirios y troyanos, oí decir el otro día–.

Eso tiene su puntito, la verdad. Nadie viaja a sitios raros para que lo hagan filetes o lo pongan cara a la Meca, pero allí es más fácil que salga tu número. Ahora y siempre. Si vas, sabes a dónde vas. Salvo que seas idiota. Pero en los últimos tiempos se olvida esa regla básica.

Hemos adquirido un hábito peligroso: creer que el mundo es lo que dicen los folletos de viajes; que uno puede moverse seguro por él, que tiene derecho a ello, y que Gobiernos e instituciones deben garantizárselo, o resolver la peripecia cuando el coronel Tapioca se rompe los cuernos. Que suele ocurrir.

Esa irreal percepción del viaje, las emociones y la aventura, alcanza extremos ridículos. Si un turista se ahoga en el golfo de Tonkín porque el junco que alquiló por cinco dólares tenía carcoma, a la familia le falta tiempo para pedir responsabilidades a las autoridades de allí –imagínense cómo se agobian éstas– y exigir, de paso, que el Gobierno español mande una fragata de la Armada a rescatar el cadáver.

Todo eso, claro, mientras en el mismo sitio se hunde, cada quince días, un ferry con mil quinientos chinos a bordo.

Que busquen a mi Paco en la Amazonia, dicen los deudos. O que nos indemnicen los watusi. Lo mismo pasa con voluntarios, cooperantes y turistas solidarios o sin solidarizar, que a menudo circulan alegremente, pisando todos los charcos, por lugares donde la gente se frota los derechos humanos en la punta del cimbel y una vida vale menos que un paquete de Marlboro.

Donde llamas presunto asesino a alguien y tapas la cara de un menor en una foto, y la gente que mata adúlteras a pedradas o frecuenta a prostitutas de doce años se rula de risa.

Donde quien maneja el machete no es el indígena simpático que sale en el National Geographic, ni el pobrecillo de la patera, ni te reciben con bonitas danzas tribales. Donde lo que hay es hambre, fusiles AK-47 oxidados pero que disparan, y televisión por satélite que cría una enorme mala leche al mostrar el escaparate inalcanzable del estúpido Occidente. Atizando el rencor, justificadísimo, de quienes antes eran más ingenuos y ahora tienen la certeza desesperada de saberse lejos de todo esto.

Y claro. Cuando el pavo de la cámara de vídeo y la sonrisa bobalicona se deja caer por allí, a veces lo destripan, lo secuestran o le rompen el ojete. Lo normal de toda la vida, pero ahora con teléfono móvil e Internet.

Y aquí la gente, indignada, dice qué falta de consideración y qué salvajes. Encima que mi Vanessa iba a ayudar, a conocer su cultura y a dejar divisas.

Y sin comprender nada, invocando allí nuestro código occidental de absurdos derechos a la propiedad privada, la libertad y la vida, exigimos responsabilidades a Bin Laden y gestiones diplomáticas a Moratinos.

Olvidando que el mundo es un lugar peligroso, lleno de hijos de puta casuales o deliberados. Donde, además, las guerras matan, los aviones se caen, los barcos se hunden, los volcanes revientan, los leones comen carne, y cada Titanic, por barato e insumergible que lo venda la agencia de viajes, tiene su iceberg particular esperando en la proa.

ARTURO PEREZ REVERTE




8 comentarios:

  1. Lo de este hombre es para enmarcarlo.

    Es como cuando uno se despeña haciendo escalada o gilipolleces varias, seguro que a mí, sentadito en el sofá de casa, no tendrán que buscarme por lugares remotos con mi cadaver cocinado por algún indigente tercermundista.

    Pero claro, yo soy imbécil y no se disfrutar de la vida, ellos son los guays.

    Recordemos lo de Couso, joder, es igual que si eres militar, en el sueldo va el que te puedan pegar un tiro.

    Pero los más patéticos de estos "turistas" son los que se van al Caribe... para estar encerrados en los complejos hoteleros poque si sales te vuelan los sesos, y así da igual que estés en México, Puerto Rico o en la ppiscina de mi casa.

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  2. Sí, ISRA.
    Si por mí fuera a todos esos que, cuando las carreteras no son transitables por la nieve, se les ocurre subirse a los montes y picos más altos de la zona; a los que se van de turismo al Yemen a ver cómo se pegan de tiros las tribus, o se van a las selvas de Asía a fotografiar tigres, etc. etc., a la VUELTA los ponía delante de un Juez para que respondieran de los gastos públicos ocasionados y hasta que pagaran todo no los soltaba de una prisión tipo de las que usan los marroquiés.

    Luego está la gran masa de "soñadores del Caribe" que los meten en urbanizaciones con pulserita en la muñeca, para que se cuezan de ron y tomen el sol en playas completamente anodinas,y que un día les da por "darse una vueltecita" por los exteriores de la Urbanización para que unos pringaos los apaleen y los desmochen de dolares o pidan un rescate por ellos.

    Normalmente es gentío que en su puta vida se ha atrevido ni a montarse en bici. Y que lo más que conocen de la no civilización civilizada, es el parking subterraneo de un Hiper.

    Y si eres fotero de grandes reportajes y te vas a Irak o a Colombia y te pegan un tiro suelto que volaba, te jodes y te callas.

    Cuánto soplapollas circula por esos mundos sin saber que las trampas para elefantes las tiene, todas, en su propia oficina de trabajo.

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  3. Este tío es quién es, porque siempre ha demostrado tener la cabeza en su sitio; cuando la guerra de los Balcanes sabia a donde iba y lo que podía ocurrir, como relata ahora. Joder, a un policía no le pagan por llevar un uniforme bonito, en su sueldo va la posibilidad de que algún pajarraco le pegue un tiro o lo tenga que pegar el propio agente.

    Lo que me gusta de Reverte es que la verdad es la que es; y no hay más. Para él no valen las medias tintas, ni salir en las fotos con el político de punto (también es cierto que se lo puede permitir, pero no es menos cierto que él se lo ha ganado a pulso).

    Pero para la nueva sociedad, Papa Estado esta para todo; hasta para limpiarnos el culo en caso de que nos caguemos.

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  4. Como dice Isra, lo de este hombre es para ponerle un marco. Qué artículos más clarividentes nos proporciona.

    Yo no suelo viajar mucho, entre otras cosas porque la economía familiar no me lo permite, somos cuatro y a ver dónde nos dejamos caer por cuatro duros.
    Tampoco tengo curiosidad por conocer esos lugares exóticos por los que la gente se vuelve loca por visitar.

    La verdad es que soy una cagona. Pensar que voy a visitar las pirámides y me secuestran, me quita las pocas ganas que pudiese tener.

    Y las mentiras publicitarias que se hacen de algunos sitios, es para tirarse de los pelos. No sólo de esos lugares lejanos que nos describe Reverte, sin ir muy lejos, se publicita un país como Marruecos sin decir ni pío de la miseria que te puedes encontrar ni del trato que puede recibir una occidental.

    Luego están los que viajan miles de kms. para encerrarse en un hotel, ¡manda huev.!

    De un accidente, un atentado o un secuestro nadie y en ningún sitio está libre, pero tampoco vamos a poner facilidades ¿no?.

    Saludos.

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  5. Siempre he sido de la opinión de que a quien no está en esos sitios no le pasa nada, ¡vamos!, que para mí es tan improbable que me pase eso como que me pille un toro en un encierro, que no me gustan.
    Saludos

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  6. Esto forma parte del buenismo y del buen rollito imperante, y de esta pléyade que cree que por esos lares se atn perros con longanizas y todas las mañanas se recita la Declarción de Derechos Humanos.
    Yo todavía me acuerdo de aquella chica italiana que se fue a recorrer el mundo en misión de buena voluntad en auto-stop, en plan "to er mundo e güeno" que diría el gran Manolo Summers,vestida con traje de novia y que apareció muerta,degollada y violada en la cuneta de una carretera de un país musulmán.
    Lo alucinante,Javier, es que su familia estaba sorprendida de lo acaecido.

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  7. Completamente de acuerdo.
    A mí tampoco me pillará un toro o me secuestrarán por esos mundos.

    Hemos llegado a un punto en que todos se creen con más derechos que deberes e, inexplicablemente, se sienten a salvo, vayan donde vayan y hagan las tonterías que hagan.

    ¿Inconsciencia infantil?
    Así lo creo. Les veo muy inmaduros.

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  8. El mismo P. R. relata en su 'Territorio Comanche' que hay quien le ha tocado al bajar del avión. Las balas, al igual que los toros, no preguntan por el pasaporte ni la profesión. Y la que no oyes silbar es la que te mata. Genial artículo. Gracias por reproducirlo.

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