Contrastes del Quinquenio

UNO

Su almohada es una botella de plástico en la que micciona; el colchón, una alfombra de colorines apagados por la mugre. Juan lleva 12 años empadronado en una acera de la Gran Vía, en un adosado de cajas de cartón al que se refiere como "mi casa".

El indigente del cine Capitol es un madrileño de Carabanchel que trabajaba como programador informático cuando todavía dormía en una vivienda de ladrillos.

"Antes, si alguien del barrio quería calcular el área de un rectángulo me preguntaba a mí; ahora la mayoría de los que pasan a mi lado ni se molestan en mirarme", cuenta con una sonrisa triste que deja entrever sus encías, huérfanas de la mayoría de los dientes.

Juan ha aprendido a superar la vergüenza de estar sucio. Se ha resignado a que los conductores no lo dejen subir al autobús con sus pintas cuando tiene que ir al médico. El martes se autocortó el pelo en ese hogar sin espejos, dejándose trasquilones en la cabeza. Gajes de las casas sin cuarto de baño.

De la suya, en Gran Vía 41, lo han desahuciado en numerosas ocasiones. Y siempre vuelve. Contabiliza siete detenciones, pero, últimamente, la Policía se ha acostumbrado a que sea un vecino más en la calle. "Me dicen: 'Anda, vete un rato, que han llamado para quejarse; luego te vuelves a poner'".

Se divorció de su mujer y tuvo problemas familiares. Eso es todo. "Al principio dormir en la calle era bonito. Pensaba que estaba aquí porque quería, que en cuanto quisiera me podría ir. Pero no. Es mortal. Ya me he dado cuenta que de aquí no voy a salir", asegura convencido de que ha perdido "toda la ilusión" que le quedaba.

Juan tiene 50 años, está enfermo de polio y desde que duerme bajo un tejado de estrellas se ha quedado sin un pulmón. Ha dormido en albergues, pero en su imaginario particular los identifica como "cárceles". Prefiere achicharrarse en verano y congelarse en invierno en el pavimento de la Gran Vía que acomodarse a los horarios que imponen.

En la caja con la que pide limosna, un remedo de maqueta de su casa, una vez cayeron 4.000 euros mientras dormía. Pero esa lotería de donante anónimo sólo le ha tocado una vez. Los días buenos saca 60 euros; los malos no tintinea ni una sola moneda en el recipiente.

A pesar de las modestas dotaciones que acumula, su adosado con vistas a Callao también ha sido saqueado. Lo último que le han robado han sido las muletas en las que se apoyaba para desplazar sus piernas enfermas, "unos rumanos que piden en la calle como si fueran cojos".

DOS

El mayor hotelero de Ibiza, Fernando Ferré Cardó, ingresó ayer en prisión, acusado de haber defraudado a Hacienda 14 millones de euros. Tan astronómica es la cifra como tremendo su historial presuntamente delictivo.

El empresario es dueño de más de 50 hoteles en la isla y tiene 1.200 trabajadores, muchos irregulares y con pésimas condiciones laborales. Pero pese a levantar semejante imperio, creó un complejo entramado que le ha permitido evadir impuestos durante años. Refleja bien los grandes fallos y las lagunas de nuestro sistema de Hacienda.
La Agencia Tributaria cuenta con una avanzadísima red de datos, pero su eficacia se limita al control de rentas como las del trabajo (es decir, las de los asalariados con nómina, de cuyos ingresos se conoce hasta el último céntimo).

En cambio, no tiene medios para detectar la ingente bolsa de dinero negro que hay en España. En combatir el gigantesco fraude es en lo que debe centrarse el Gobierno, y no en hacer demagogia con subidas del IRPF a contribuyentes que ya sufren una gran carga impositiva.

Tellagorri

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