13 agosto 2008
¡EUROPA¡ ¡Pobre Europa¡
Nadie habla del tema, pero hay otro asunto de la máxima gravedad que afecta a Georgia: se trata de la región de Abjasia en el noroeste del país, de mayoría musulmana, y en la que los fanáticos islamistas radicales son una minoría, pero extraordinariamente activa, y donde las organizaciones terroristas yihadistas más sanguinarias tienen fuerte implantación.
No olvidemos que para las más crueles de entre ellas, como Al-Qaeda, ese territorio se ha convertido en uno de los principales frentes de batalla de su "yihad global y total" para imponer su ideología en el mundo entero, pero, sobre todo y ante todo, a los musulmanes moderados, aplastantemente mayoritarios, que son sus principales víctimas.
Este conflicto debilita a Georgia y, en consecuencia, fortalece de forma exponencial las posiciones yihadistas en esa región, lo que no viene bien a nadie, especialmente a Rusia, que tiene que enfrentarse a ese mismo fenómeno en Chechenia y en otros lugares de la geografía de la Federación.
Las conclusiones no pueden ser más inquietantes.
Primero, Europa corre el riesgo de mostrar, una vez más, lo peor de sí misma. Capaz de dar lecciones de democracia y estabilidad en el mundo e incapaz de resolver sus propias y sangrientas crisis, antes los Balcanes y ahora el Cáucaso; triste, casi patético.
Segundo, nuestra credibilidad y, sobre todo y más importante, nuestra estabilidad y bienestar futuro, están en juego.
Tercero, hay un sector ideológico (las izquierdas más radicales) que no sólo perdona cualquier cosa a sus afines ideológicos, sino que se las perdonan a cualquiera que no forme parte de su catálogo de bestias negras. Si la ofensiva de Rusia en Georgia la hubiese protagonizado Estados unidos, Israel, el Reino Unido, Francia o hasta cualquier otro país occidental y con una fracción de las víctimas civiles, hoy tendríamos las calles de buena parte del mundo inundadas de manifestantes pacifistas exigiendo el fin de las hostilidades. Es evidente que ante estos protagonistas, prefieren seguir de vacaciones.
Cuarto, a nadie se le escapa la evidente, hasta imprescindible, diría yo, necesidad de llevarse bien con Rusia, de reconocer su influencia y su legítimo orgullo nacional, pero eso ni puede ni debe significar que claudiquemos de los principios que defendemos enérgicamente en otros lugares del mundo y que defendamos, con la prudencia y la sensatez necesarias, nuestros intereses, nuestra estabilidad, la paz, y la defensa de la democracia desde el pleno respeto a los derechos y libertades fundamentales.
Rusia es un actor global y no puede actuar como una pequeña potencia regional que defiende intereses meramente coyunturales. Medvedev y Putin deberán recordar la máxima de Bismarck y elegir entre una y otra: "El político se preocupa de las siguientes elecciones, el hombre de Estado se preocupa de las siguientes generaciones". Que se apliquen urgentemente el cuento.
Estos deben ser los parámetros de actuación de las democracias más avanzadas del mundo.
Gustavo de Arístegui
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