02 junio 2013

Mister Hoare y sus chicos

Julio, 1941. El espionaje británico asesina en España a un agente doble francés fiel a los nazis. Luego, pide a Ian Fleming que se invente una excusa... El episodio, revelado ahora, fue su inspiración para crear a 007.

Paul Lewis Claire
Aquel día de julio de 1941, cuando el espía doble francés Paul Lewis Claire se personó en la embajada británica en Madrid para recoger la visa que había solicitado para viajar al territorio ocupado de la Francia de Vichy, no sabía que le estaban esperando desde hacía días. Para ser exactos, desde el mismo momento en que solicitó los documentos.

El objetivo era secuestrarle y acabar con él. Las órdenes habían llegado directamente desde Londres. En cuanto puso los pies en el edificio fue reducido por el equipo que había recibido el encargo. Le metieron en un coche con matrícula de la embajada, un Chevrolet de cinco plazas color azul oscuro. Le noquearon, sedaron con una inyección de morfina y transportaron a Gibraltar. No volvió a saberse nada más de él.

Durante 70 años, el tiempo que los documentos del caso estuvieron protegidos, la versión oficial fue que había muerto en el hundimiento de un barco de carga británico en aguas gibraltareñas. Esta semana, sin embargo, se han desclasificado los archivos.

Los servicios secretos encargaron al escritor Ian Fleming que inventase una tapadera para camuflar su crimen. Al futuro novelista, entonces destinado como espía en Estoril (Portugal), el episodio le sirvió como inspiración para el personaje de James Bond. Así, el célebre 007 empezó a gestarse en aquella turbia operación del verano del 41.

En los documentos también se revela la verdadera identidad de Paul Lewis Claire. En realidad se trataba de Pierre Lablache-Combier, de 44 años, casado y padre de una hija. Había llegado a Londres después de que los nazis ocuparan Francia. Era un veterano de guerra condecorado con la máxima medalla militar en Francia por sus actos en combate. Luego, fue nombrado comandante de la Armada Real británica y le enviaron a Madrid para que les informara de los movimientos de los nazis y de las potencias del Eje.

En aquella época, la capital española era un nido de espías de los dos bandos, por la condición de la España de Franco como país neutral en la guerra.  Según los archivos, los servicios secretos británicos (denominados MI-6) habían descubierto que Claire (o Lablache-Combier) era un agente doble afín al Gobierno francés de Vichy, colaboracionista con los nazis. También sabían que se dedicaba a pasar información de los británicos a los nazis. En un telegrama enviado por el embajador británico en España, Samuel Hoare, al ministro de guerra británico, Anthony Eden, el diplomático lo calificó de "completo traidor" y "leal partidario del mariscal Pétain", líder del Gobierno de Vichy.

La inteligencia británica había averiguado que el agente francés estaba en contacto con el agregado naval de la embajada del régimen de Vichy en Madrid.  En su telegrama, con el sello de Top Secret, Hoare explicaba al ministro de Guerra que el espía estaba a punto de huir a Vichy.

"Estoy de acuerdo ante el dilema: capturarlo o matarlo, revelaba Hoare,  evitando que llegue a Francia con información que va a destruir nuestra actual organización de inteligencia en España y hacer más daño en otras partes… Esta será la última oportunidad de acabar con él".

Alan Hillgarth
El comando que secuestró a Claire en la embajada española estaba integrado por tres personas. El líder era Alan Hillgarth, agregado naval británico en Madrid y hombre de confianza de Churchill. Junto a él, actuaron Hamilton Stokes, jefe de la estación del MI-6 en Madrid, y un vigilante nocturno de la embajada llamado Langley. Ellos eran los que viajaban dentro del Chevrolet que se llevó sedado a Claire hacía Gibraltar clandestinamente por la carretera.

La primera parte del viaje transcurrió sin incidentes, con Claire en coma, recostado en el asiento trasero. La operación se complicó cuando, al paso por un pueblo de Andalucía, Claire recuperó el conocimiento y empezó a gritar y a pedir auxilio, lo que llamó la atención de los vecinos, que no entendían qué estaba sucediendo allí. Según testigos presenciales, al oír los gritos del francés, uno de los secuestradores ingleses sacó la cabeza por la ventanilla y se dirigió a la multitud confundida. "No se enfaden, sólo es un miembro de la embajada que se ha vuelto loco y lo llevamos al sanatorio", gritó.

Al parecer, la morfina no había sido suficiente para mantenerlo dormido durante todo el viaje, así que le propinaron un golpe en la cabeza con la culata de la pistola. Esto no lo pudieron ver los habitantes. Después todo fue silencio. El golpe fue mortal. Claire falleció en el acto. Pasaron el pueblo y llegaron a Gibraltar. Allí, casi con toda certeza, el cuerpo fue arrojado al mar. El rastro del espía francés desapareció definitivamente.

Al día siguiente llegó un telegrama del MI-6 a la embajada informando sobre la muerte de Claire. El embajador Hoare escribió una carta a mano a Eden, el ministro de Guerra, una carta marcada como "secreta y personal" que reflejaba la furia del embajador por la chapucera operación. Lamentaba no sólo la muerte del espía doble francés, sino también todos los inconvenientes causados. En la carta, Hoare culpaba al MI-6 y condenaba los métodos torpes, peligrosos e irresponsables de los servicios secretos.

Tras lanzar el cadáver al mar, se ordenó (en otra carta) el envío inmediato de Langley a Londres, donde se le ofreció un buen puesto de trabajo en el Foreign Office (el Ministerio de Asuntos Exteriores). También se ordenaba que el vehículo del crimen se quedara en Gibraltar y que fuera vendido para eliminar cualquier pista.

Tras el asesinato de Claire, los servicios secretos debían justificar su desaparición. Así, le encargaron a Ian Fleming, el creador de James Bond y por aquel entonces oficial de los servicios de inteligencia naval británica, que inventase una historia que justificara su muerte.

Como la mayoría de espías aliados, frecuentaba el Hotel Palacio, donde ideó el personaje del agente 007, cuya primera historia, Casino Royale, inspirada en el casino de Estoril que había al lado del hotel y que solía frecuentar, se publicó en el año 1953. Fleming acudía cada tarde al bar del hotel, se tomaba tres o cuatro martinis y luego se iba a jugar al blackjack al casino, como luego haría su personaje.

El futuro escritor consideraba que Alan Hillgarth, el líder del comando que liquidó a Claire, era un "ganador de guerra". De ahí que se crea que se inspiró en él para crear el personaje de James Bond. Para tapar la muerte de Claire, pensó que podía ser uno de los tripulantes que fallecieron en el barco de carga británica SS Empire Hurst, hundido por la aviación nazi en la costa de Gibraltar el 11 agosto de 1941, dos semanas después de su desaparición.

Fleming redactó el comunicado y lo envió a la Cruz Roja: "Posiblemente murió ahogado". La familia de Claire nunca se creyó aquella versión. Para seguir con la ficción creada por el autor de James Bond, y pese a ser considerado como un traidor, el Gobierno británico pagó a la viuda la misma pensión que recibían las esposas de los soldados muertos en acto de servicio. De este modo se aseguraban que el secreto de su asesinato se mantuviera a salvo.

La mujer cobró la pensión hasta su muerte en 1968. Falleció sin saber qué había pasado realmente con su marido. Tampoco lo llegó a saber nunca su única hija, que falleció en diciembre del año pasado.

Ahhh  femmes, siempre tan prácticas : mejor una pensión que la "verdad sobre un marido".


8 comentarios:

  1. Desconocía esta interesante historia.
    Los servicios de inteligencia británicos eran muy imaginativos y actuaban con gran eficacia.Este caso me recuerda otro muy conocido que se conoce desde hace tiempo y que ha sido objeto de la novela y creo que también película, "El hombre que nunca existió" y narra la historia del cadaver aparecido en Huelva con documentos para engañar a la inteligencia alemana, cosa que consiguió.
    También me resultan muy interesantes las novelas de John Le Carré, británico y conocedor directo del submundo de los espías en esa otra ciudad Bonn que como Madrid, llegó a ser un auténtico nido de espias de todo pelaje.

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    1. Sí, los ingleses eran muy imaginativos en sus actuaciones en la WARD pero es reseñable la hipocresía de Sir Samuel pidiendo a EDEN la eliminación del gabacho espía y sus posteriores protestas por el modo de hacerlo.

      Conozco la historia del cadaver de Huelva y su utilización para engañar a los nazis.
      Observo que conoces bien las novelas negras de Le Carré con su carga de ironía británica. También eran muy interesantes las del belga-francés Georges Simenon y su Comisario Maigret.

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  2. Ay los espías, mucho Bond, pero la de guarrerías que les toca hacer. Estos sí que se manchan las manos... y el alma.

    Lo del culatazo en la cabeza es curioso. En cantidad de películas se nos presenta como forma efectiva de dejar a alguien inconsciente sin peligro alguno. La realidad nos la muestra esta historia, y es que dejar inconsciente a cualquier persona siempre es MUY peligroso. Y un culatazo ademas añade posible fractura craneal y hemorragia interna..

    Me pregunto si los servicios de inteligencia del franquismo se enterarían de toda esta movida. Y si fue que sí, ¿pq les dejaron hacer?. En fin, cuestiones de estas que me temo nadie resolverá.

    Saludooos.

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    1. SEÑOR OGRO
      Quizá sean los que más guarrerías humanas realizan, los espias. Porque tienen carta blanca para obtener un "resultado". Basta con enterarse de algunas pocas cosas que hace la CIA a día de hoy, desde cargarse regímenes políticos a eliminar terroristas en cualquier parte del Mundo.
      Los de la SECURITÉ de De Gaulle se cargaron a todos los miembros de la OAS,y que estaban ubicados en muy diferentes países de Europa.

      Creo que sí sabian los de Franquito lo que, a groso modo, sucedía en España en aquellos años. Pero necesitaba que Adolf np pasara los Pirineos, y que Churchill le siguiera mandando gasolina. Puro equilibrio.

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  3. Una historia muy interesante. Siempre he sido aficionado a las novelas de espías y he leído todas las obras de Le Carre. Ahora mismo tengo encima de la mesa tres CD con el título "Um espía perfecto" que pienso despacharme esta tarde.
    Por otra parte, estoy de acuerdo con el Señor Ogro en cuanto a los desperfectos que causa un culatazo en la azotea y me extraña que los espías british no tuvieran suficiente morfina para dormir al fulano sin necesidad de mandarlo al otro barrio antes de aplicarle una buena sesión de tercer grado. .

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    1. DON BWANA
      A los que somos lectores en general, no falla que las novelas de espías nos salvan de los aburrimientos en la vida cuando no apetece romperse mucho el cerebelo con complicaciones. Que disfrute usted esta tarde con ese CD, aunque el complutense ofrece en un post de su blog otras pelis de "las suyas" y quizá le sirvan también.

      Lo del culatazo es medicina adecuada según con quién : a los chicos de Batasuna no les hace el más mínimo efecto. Debe de ser la craneal construcción que tienen.

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  4. Seamos sinceros, ni empezaron bien, ni a día de hoy han espabilado mucho sus servicios secretos, al moromierda que decapitó al militar lo tenían fichado pero seguían en la calle.

    Con la práctica fueron puliendo algo sus poco brillantes comienzos, baste recordar lo poco gloriosas que fueron las primeras operaciones de sus comandos en la Segunda Guerra mundial.

    Lo dicho, la literatura les ha dotado de un glamour que creo nunca han tenido.

    Y en cuanto a lo del culatazo... eso sólo pasa en las películas, es como cuando les pegan un tiro y salen disparados hacia atrás 20 metros volando, una vez intentamos hacer eso a un compañero del colegio con el teléfono de una cabina y le dimos mal, porque no se desmayó, empezó a gritar como un loco de dolor (joder, lo estoy recordando y me estoy descojonando... a pesar de la putada)

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    1. DON ISRA
      Sí, llevas razón : una cosa son las pelis y las novelas sobre ELLOS, y muy otra la realidad. Al parecer debieran de mandarlos a cursillos con la guardisibil de siempre, la que cuando sacudía a un gitano, tres millones gitanos desaparecían de la zona.

      Lo del culatazo es una cosa, pero lo de los bestias que probaban a noquear a un pobre chaval con un telefono de cabina, eso ya me resulta más propio de cavernícolas y aún us atrevéis a llamarnos bestias a los baskos.

      Yo lo tengo claro : cuando los más carniceros y brutos de Eta caen en manos de los verdes, cantan hasta las canicas que robaban cuando tenían tres años.

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