03 febrero 2008

ESPAÑA HOY





Por el cambio... y por el cigüeñal

Mucho se habla aquí y allá de batallas de ideas, pero si has adquirido plena conciencia del sitio que ocupas en el engranaje sólo te cabe especular respecto a cual función te otorgan los chamanes que engrasan la maquinaria.

Así que, adquirida la conciencia, muchos nos hemos quedado sin santo al que arrimar vela alguna, porque ninguna de las opciones que pretenden alzarse con la plaza de este Cafarnaún nuestro -si es que realmente pueden considerarse opciones- satisfacen ninguna de nuestras necesidades, sean estas ideológicas o puramente personales.

Nos han descrito la democracia como aquél sistema menos malo para regir los destinos comunes de una sociedad. En aras a ese sistema “menos malo”, cada uno de nosotros ha de renunciar a parte de sus derechos y libertades pero, en la inteligencia de que la franquicia que administre nuestro legado hará caso de nuestras sugerencias, quejas, reclamaciones y que, en cualquier caso adopte las disposiciones que resulten menos onerosas para aquéllos que denominan fuente soberana de su “poder”.

Es cierto que he simplificado en grado extremo. Simplificación que los usuarios registrados de este sitio ni precisan ni merecen padecer. Antes al contrario, son acreedores a una exposición más sesuda y elaborada, pero la disertación va dirigida a quienes no alcanzan ese nivel, de manera que no tomen por la tangente administrando a Ibaia cuatro capones por simplón.

Retomando el asunto, vengo a pretender concluir que ésto se nos ha ido de las manos, que para dictadura ya tuvimos suficiente con las dos anteriores; a opinar que el sistema se ha pervertido de tal forma que hasta incluso los colegios profesionales y asociaciones diversas de menesterosos pretenden regular -y lo consiguen- normativas que consideren ilegal no ya el uso de ropones y reglas de cálculo (cachivache obsoleto que ya describí en una lejana intervención), sino además el virtuosismo del prójimo para manejar el destornillador o los alicates.

Así el ayuntamiento, esa forma de gobierno que debiera estar más cercana al ciudadano de aquí y de acullá, dicta normas regulatorias dispares y disparatadas que no puedes eludir ni embarcándote como grumete del Bau.

Son tantos los disparates de los munícipes, que de pormenorizarlos ocuparían más volumen que la Enciclopedia Británica. Las judiadas son a veces tan tremendas, que parecen fruto del caletre del director de aquél Dachau de los peores tiempos. Todas se dirigen en el mismo sentido: acotar las ya exiguas libertades particulares, sin que en ello pueda apreciarse beneficio común alguno.

Es claro que, aunque disconformes en algunos aspectos, no podamos ni debamos sustraernos a la necesidad de cotizar en la justa medida que nuestros ingresos personales lo permitan; que pese a todos los defectos inherentes es necesario un sistema asistencial sanitario que cubra las necesidades perentorias de quienes no pueden costearse otro. Pero también resulta meridianamente claro que el gorroneo oficializado vía edicto municipal o del BOE -y por bemoles- va más allá de lo que se supone es un sistema de gobierno franquiciado por las mayorías.

¿Por las mayorías? En absoluto ¡Por las minorías!

Son las minorías quienes imponen sus criterios de fiscalización impositiva, regulación y veda. Son las minorías quienes exigen una parte de pastel que no les corresponde e imponen el medieval derecho de pernada en lo económico, técnico, intelectual y menesteroso.

Esas minorías van desde los eurodiputados -esos señores y señoras a las que nadie eligió- afanados en parir caca día cientos de absurdas y abstrusas normas para regular, incluso, la posición que debe adoptarse a la hora de satisfacer la necesidad fisiológica de mingitar, o respecto al nivel que debe alcanzar la calefacción de los domicilios de los cofrades de este foro. - viendo tele.


Son minoría los titiriteros y pseudo intelectuales de diversas asociaciones que nos esquilman el diezmo, colocando su particular fielato en los tenderetes de comprafonos celulares, cacharros diversos y que, incluso, amenazan no ya a pasearnos por los tribunales por tararear algunos sones populares, sino que están impulsando la creación del carnet de internauta (supongo que con las previas certificaciones de buena conducta del Registro Central de Penados y Rebeldes). Son minoría, reitero, los colegios y asociaciones profesionales que te desterrarán al noveno círculo de Virgilio si acaso caes en la tentación de encintar un cable de la conducción eléctrica de tu domicilio o de instalar en él un radiador extra para la calefacción sin que la operación la realice el “experto titulado” de turno.

Lo de los “expertos titulados” realmente no me viene mal, pues sabida es mi repulsa a la tiranía por la que mi cónyuge pretende reducirme al estado de “manitas” crónico. Pero ese no es el caso. Quiero poseer la libertad de recurrir al “experto” cuando crea conveniente, NO QUIERO verme obligado a ello.

Volveremos a salirnos por la tangente si caemos en la tentación de sugerir a Ibaia, el gruñón, que siempre es mejor contar con un buen profesional para cada caso concreto. Yo no estoy en contra de esa circunstancia. Si me viese en un aprieto legal gastaría mis dineros en asesorarme por un profesional del calibre de Tella. No es eso.

Lo que digo es que las conductas “reguladoras” de todos los relacionados, y de unos cuantos más que no cito, son opresivas, innecesarias y maléficas de necesidad. Lo que digo es que libertad que pierdes, libertad que no volverás nunca a recuperar.

Todos los ejemplos anteriores muestran cuan maligno puede resultar un sistema calificado como el “menos malo”, pero aún no hemos abordado el principal derecho cedido: el de la defensa. Sin suposiciones, se cedió el derecho a la defensa de la integridad física y de la propiedad de manera que los gobernantes pasaron a arrogarse esa exclusividad. No podría calificarse de infamia que yo opine que tales gobernantes incumplen sistemáticamente las cláusulas pactadas en su momento.

Peor aún, tal contrato ha sido amañado sistemáticamente al paso del tiempo sin consultar a “la parte contratante de la segunda parte”. Las modificaciones no se han realizado para procurarnos mayor amparo o defensa, sino para proteger a quienes debieran ser reprimidos por atentar contra nuestras libertades e integridad. Dislates progresistas.

Yo puede sentirme sensibilizado por las condiciones sociales que empujan a una persona a delinquir, por los retortijones estomacales de determinados aborígenes africanos o por las penurias de los inmigrantes. Si mi sensibilización alcanza el grado suficiente, puedo incluso cooperar personal o económicamente con organizaciones benéficas que traten de paliar tales condiciones o lacras. Lo que no resulta de recibo es que toda una miriada de grupitos pseudo- progresistas vivan de los recursos del erario público de forma más bien irregular, pues cada vez que se tira de la manta el escándalo es seguro.

El erario público sale de los bolsillos de los administrados y, mientras se protege con progresistas normas penales a los delincuentes, los ciudadanos se hallan inermes ante los desmanes de los delincuentes.

¿Sistema "menos malo"? No, la dictadura del progresismo extraviado.

Pese a que el señor párroco demuestra deseos escasamente píos por la integridad física de Ibaia y de que Ibaia es agnóstico, contribuyo muy religiosamente -nunca mejor dicho- al gasto de la calefacción y limpieza de la rectoría que el mosen usa tan diligentemente para adoctrinar a los alevines de la kale- borrika. Que Ibaia sufrague el confort invernal y el aseo de unas instalaciones que no usará nunca de forma voluntaria no ha de ser óbice para que la costumbre devenga en ley.

Esto es: Quien desee un lugar para el rito de su religión se lo pague de su bolsillo ¿Por qué narices han de ir parte de mis impuestos (ni de los de nadie) a financiar la Junta Islámica o a cualquier otra junta de conversos?

Al final de la cuestión nos encontramos con que cada paso del sistema “menos malo” sólo se dirige en una dirección: recortar los derechos, libertades y buscar la forma más eficientemente de birlarles más y más doblones a los administrados.

Vamos, que la empleada del hogar nos está sisando sin recato alguno, atesorando motivos más que suficientes para el despido sin carta de recomendación.

Así que vengo yo y digo: necesitamos un sistema liberal de gobierno y administración más que el comer mañana. Lo necesitamos, pero no hay ningún partido político que lo abandere.

Algunos políticos contemporáneos nuestros dicen ser liberales, pero no se dejen engañar, ninguno de ellos lo es. Antes de afirmar ser ésto o lo otro, hay que exponer un programa ¡y después cumplirlo! El sistema liberal es aquél en el que los órganos de cualquier tipo de gobierno se reducen a su imprescindible expresión e interfieren la vida de los administrados lo menos posible; es el sistema en el que se cumple lo pactado (las promesas electorales son un pacto) por ambas partes ¿Dónde hay formaciones políticas de corte liberal en este país?

Lo que si hay es un régimen partitocrático, patroneado por unos botarates a tiempo completo y una ingente cantidad de bobos a tiempo más completo aún que les votan. Bobos de bandería que se imaginan ser San Jorge peleando contra el dragón mientras introducen un papelito en un cubo.

A estos épicos bobos, mientras haya “tomate” o fútbol les da un ardite que los botarates mayores del reino restrinjan el derecho a la vida (eso sí, adopciones en China y en la selva amazónica por un tubo), fumiguen a los ancianos gravosos para la S.S (nunca mejor empleado el acrónimo), desmantelen el país y arruinen el futuro de sus hijos o nietos. Todo por el cambio... Y por el cigüeñal.

Cuando escucho a un político hablar de cambio pienso que cambio es lo que me dejan en el bolsillo para cuando ellos han terminado su tarea (AMDG dixit).

¿Liberales? ¿Dónde están?

Por IBAIA