06 diciembre 2006

GLOBALIZACIÓN


Conferencia impartida con ocasión de la “The 22nd Annual John Bonython Lecture, The Centre for Independent Studies”, el 11 de octubre de 2005 en el “The Sofitel Wentworth” (Sydney), y el 13 de octubre de 2005 en el “Langham Hotel” (Auckland).
Por Johan Norberg
---------------------------
Creer en el futuro quizás es el valor más importante para una sociedad libre. Nos conduce a interesarnos por conseguir cierto nivel de educación, a invertir en un proyecto o, incluso, a ser amables con nuestros vecinos.

Si creyésemos que nada es mejorable o que el mundo finalizará próximamente, entonces no nos esforzaríamos por conseguir un futuro mejor y más civilizado. Y todos seremos miserables.
Los filósofos de la época de la Ilustración dieron pié a la creencia en el futuro (durante los siglos XVII y XVIII), dándonos a entender que nuestras facultades racionales pueden entender al mundo y que con libertad podemos mejorarlo.

El liberalismo económico ratificó que se hallaban en lo cierto.


Adam Smith explicó que no es a causa de la benevolencia del carnicero por lo que se nos expende la carne, sino de su propio interés, lo que es es mucho más que una afirmación económica: es una visión del mundo.

Es la forma de comprender que el carnicero no es mi enemigo. Al cooperar e intercambiar voluntariamente, ambos ganamos. Y hacemos del mundo un mejor lugar, paso a paso.

Desde esos días, la humanidad ha conseguido un progreso sin precedentes. Pero sorprendentemente no lo vemos así a causa de viejas fijaciones mentales que se desarrollaron en otras épocas de mayor zozobra, cuando la ganancia de uno implicaba frecuentemente la pérdida de otro.
Esta noche, hablaré de esas fijaciones, de lo que son y cómo tratar con ellas. Y una buena forma de comenzar es haciéndolo con respecto a la ideología que ha aprovechado al máximo tales viejos mecanismos mentales: el socialismo.

Carlos Marx nos explicó que el capitalismo haría más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. En el mercado libre, si uno ganaba el otro perdía.
La clase media se convertiría en proletariado y el proletariado moriría de hambre. Fue un momento desafortunado para realizar la predicción. La revolución industrial dio libertad para innovar, producir y negociar, y creó riqueza a una escala enorme. Llegó a la clase trabajadora, pues la tecnología la hizo más productiva y de mayor valor para sus patronos. Sus ingresos se elevaron notablemente.

Lo que sucedió es que los proletarios se convirtieron en clase media y la clase media comenzó a vivir como la clase alta.
El país más liberal, Inglaterra, fue el líder. Si se hubiesen seguido las tendencias de la humanidad hasta ese entonces, hubiesen sido precisos 2.000 años para duplicar los ingresos medios.

A mediados del siglo XIX, los ingleses lo habían hecho en 30 años. Cuando murió Marx en 1883, el inglés medio era tres veces más rico que cuando nació Marx (en 1818).

Los pobres de las sociedades occidentales viven más tiempo, aceden a más bienes y tecnología y tienen más oportunidades que los reyes contemporáneos a Marx.

Muy bien, dijo Lenin -el malvado aprendiz de Marx-, nos equivocamos en eso. Pero la clase trabajadora occidental sólo pudo enriquecerse porque ha sido corrompida por los capitalistas. A alguien debe de haberle sido repercutido el coste de esa corrupción: los países pobres. Lenin quiso decir que el imperialismo era el siguiente paso natural al del capitalismo; imperialismo por el que los países pobres dedicaban su trabajo y sus recursos a satisfacer a Occidente.

El problema de la afirmación anterior es que todos los continentes se volvieron más ricos, aunque a un ritmo diferente. El europeo occidental o el americano es 19 veces más rico que en 1820, pero un latinoamericano lo es 9, un asiático 6 y un africano, 3.

¿De dónde fue robada la riqueza? La única manera de apuntalar la teoría de “suma cero” será hallando los restos de una nave espacial muy avanzada a la que saqueamos hace 200 años. Y ni siquiera eso salvaría la teoría. Necesitaríamos saber de dónde habían sacado tal riqueza los extraterrestres.

Resulta exacto afirmar que el colonialismo fue a menudo un crimen, y que en muchas instancias conllevó horribles actos.


Pero la globalización, en las últimas décadas, muestra que el desarrollo de los países pobres es posible gracias a la existencia de países ricos, cuando entre ellos tiene lugar un intercambio voluntario y libre de ideas y bienes.

Globalización significa que tecnologías desarrolladas por los países ricos, con costos de millones de dólares, pueden aplicarse de forma inmediata en los países pobres.
Si usted trabaja para una empresa estadounidense en un país de bajos ingresos, sus ingresos personales son, como promedio, 8 veces mayores que los del mercado de ese país. No es que las empresas multinacionales sean más generosas, sino que están globalizadas y usan maquinaría y sistemas de administración que eleva la productividad de los trabajadores y, por lo tanto, sus sueldos.
De manera que, las oportunidades de un país pobre con instituciones abiertas, proclives al libre mercado, se elevan conforme el mundo se desarrolla más. A Inglaterra le costó 60 años duplicar sus ingresos desde 1780; Suecia lo hizo en 40 años. Un siglo después, países como Taiwán, Corea del Sur, China y Vietnam lo han hecho en menos de 10 años.

Verlo en vídeo aquí :
http://galeon.com/isthoria/index.html

En la década de los 90 del pasado siglo, unos tres mil millones de personas, habitantes de países pobres, se integraron en la economía global y vieron como las tasas de crecimiento de su renta per cápita se elevaban hasta casi el 5%. Esto significa que el promedio de los ingresos obtenidos se estaba duplicando en esos países en menos de 15 años.

Este hecho debe compararse con el crecimiento a un ritmo más lento en los países ricos y con el crecimiento negativo de los países pobres no abiertos a la economía global, habitados por mil millones de personas.

Tales países, especialmente los del África subsahariana, son los menos liberales, capitalistas y globalizados. Así que Lenin entendió el asunto al revés: Los países pobres que se relacionan comercialmente y en inversiones con los países capitalistas crecen más rápidamente que aquéllos que no lo hacen. No se vuelven más pobres.

Usemos las estadísticas para dar un vistazo a la historia más grande, jamás contada. La proporción de pobreza absoluta en países en vías de desarrollo se ha reducido del 40 al 21% desde 1981.

Casi cuatrocientos millones de personas han salido de la pobreza (la mayor reducción de pobreza en toda la historia humana). En los últimos 30 años la endemia del hambre se ha reducido a la mitad, lo mismo que el trabajo infantil. Desde 1950 el analfabetismo se ha visto reducido del 70 al 23% y la mortalidad infantil en dos tercios.

De modo que los ricos se vuelven más ricos y los pobres se hacen ricos, a un ritmo mayor que los primeros. Ambos, Marx y Lenin, se equivocaron. Ahora es el turno de un economista socialista moderno, Robert Heilbroner.

En 1989 admitió célebremente:
“Tras haber transcurrido casi 75 años desde el inicio de la pugna entre el capitalismo y el socialismo, se acabó: el capitalismo ganó. Los grandes cambios que tuvieron lugar en la URSS, China, Europa del Este, han proporcionado la prueba más clara posible de que el capitalismo organiza más satisfactoriamente los asuntos materiales de la humanidad que el socialismo.” (New Perspectives Quarterly, Fall 1989)

Pero Heilbroner no hizo las paces con el capitalismo. Las mentalidades “suma cero” no mueren fácilmente. Alguien tiene que pagar por su éxito, ¿verdad?

Sí, Heilbroner ha dicho que aún se opone al capitalismo, pero ahora lo hace porque significa un alto coste ambiental. Un socialista, que se oponía al capitalismo porque creaba desperdicios, ineficacia y pobreza, ahora lo hace porque es eficiente, crea mucha riqueza y porque destruye la naturaleza.

Ese es un argumento tan popular como falso. Antes de nada, los peores problemas ambientales no proviene de las chimeneas. Son mucho peores los ocasionados por tantas personas que queman madera, carbón, residuos de las cosechas y estiércol para cocinar y procurarse calefacción.

Sí, la producción moderna de energía crea problemas ambientales, pero no mata a nadie cada 20 segundos, como este asesino de las cocinas. Las enfermedades transmitidas por el agua matan anualmente a otros cinco millones de personas. Sólo el número de personas que mueren a causa de esos dos problemas ambientales tradicionales es trescientas veces superior al número de las que mueren en un año a causa de las guerras.

Estas enfermedades, por cierto, han sido erradicadas hace bastante tiempo en las naciones industrializadas.

Más aún, cuando nos volvemos mas ricos, también estamos en condiciones de enfrentarnos a los problemas ambientales que las nuevas industrias crean. Cuando poseemos los recursos para salvar a ambos, a nuestros hijos y a nuestros bosques, empezamos a pensar como preservar la naturaleza, para lo que los progresos tecnológicos y económicos nos proporciona los medios. El medio ambiente es el resultado de un giro en las preferencias.

En los 25 últimos años la contaminación del aire en Europa se ha reducido un 40% y en los EE.UU un 30%. Tenemos detallados estudios respecto a la calidad del aire de Londres desde el siglo XVI, que se había ido degradando hasta 1890, para comenzar a mejorar desde entonces y llegar a ser hoy tan limpio como lo era en la edad media.

Desde los años 70, cada década, los bosques no han dejado de crecer en los EE.UU y en la UE. Lagos y ríos están menos contaminados. Desde 1980 el monto del petróleo vertido en los océanos se ha reducido en un 90%.

Sí, seguro que tenemos grandes problemas ambientales frente a nosotros. Pero los tuvimos aún mayores antes, y los resolvimos gracias a la mayor riqueza, conocimiento y tecnología. Y no veo la razón por la cual no podamos seguir haciendo lo mismo.

Así que, ¿hemos visto finalmente los beneficios del liberalismo y del capitalismo? Pues casi.

Un socialista que ha visto caer muchas de sus convicciones ha sido el historiador marxista Eric Hobsbawm. No sin renuencia ha manifestado que el capitalismo ha mostrado su valor respecto a casi todo. Pero tiene una objeción final: ¿Nos hace felices? ¿Qué sucede con la calidad de vida? Ésta es la última cuestión que oponer a los mercados libres.


El argumento ha sido popularizado por el economista británico Richard Layard y que es más o menos el que sigue:
El desarrollo económico no contribuirá a una mayor felicidad, porque estamos más interesados en nuestra posición relativa.

El hecho de que alguien tenga mayores ingresos —que lo hacen feliz— hacen a otros menos felices, lo que los obliga a trabajar más para mantener su posición relativa. Al final todos somos más ricos, pero no somos más felices que antes, ya que no podemos ser más ricos que el resto de la gente. En otras palabras, un futuro mejor no resultará un mejor futuro.

Sabemos que existe un salto dramático en el bienestar que perciben las personas cuando un país pasa de tener una renta de 5.000 a 15.000 dólares anuales per cápita. Entonces los niveles de satisfacción se nivelan.

De estos niveles Richard Layard obtiene la conclusión de que ya no debe importarnos mucho el crecimiento de los países ricos. En realidad, él desea menos movilidad y menos cambios, desalentar mediante altos impuestos el duro trabajo, para que nos deje más tiempo que dedicar a las cosas que nos hacen felices: familia y amigos.

¿Es la conclusión correcta? Imagínese que usted es feliz porque asistirá a una agradable fiesta la semana próxima. Después de la fiesta Layard le entrevistaría y sacaría la conclusión de que usted era más feliz antes de la fiesta que después de ella. Así que, probablemente, le alentaría a dejar de dedicarle tiempo y energías a las fiestas, porque esto no aumenta, al parecer, su felicidad.
Es una conclusión grotesca. Usted no tendría sentido de la alegría y de la felicidad si no tuviese cosas agradables en perspectiva como, por ejemplo, interesantes cenas o agradables fiestas ¿No es posible que ocurra lo mismo con la abundancia?

El hecho de que el crecimiento no aumente la felicidad no significa que sea inútil. En realidad podría ocurrir que si el crecimiento continua nos permitirá seguir creyendo en un mejor futuro y experimentando altos niveles de felicidad.

De exámenes realizados sabemos que la esperanza se halla fuertemente relacionada con la felicidad. Si desea encontrar a un europeo feliz, intente encontrar a alguien que piense que su situación personal será mejor dentro de cinco años.

Lo mismo ocurre cuando comparamos a los americanos con los europeos. Según la Harris Poll, el 65% de los ciudadanos de EE.UU piensan que su situación mejorará en los próximos cinco años, mientras que entre ciudadanos de la Unión Europea el porcentaje es solamente de un 44%.

Por consiguiente, el 58% de los americanos se hallan muy satisfechos con sus vidas mientras, en contrapartida, sólo un 31% de europeos se hallan al mismo nivel de satisfacción [Nota al traducir: creo que aquí hay un error aritmético en las comparaciones, pero en el original así consta. Me parece que más bien quiere decir que los niveles de insatisfacción son del 35% en USA y del 56% en la UE].

Las sociedades de los países pobres, mal gobernados, son presa de la desesperación. Hay escasas oportunidades, ninguna esperanza para que mañana sea un día mejor. La confianza en el futuro aumenta cuando los países pobres comienzan a experimentar crecimiento, cuando los mercados se abren y las rentas aumentan. Esto podría ayudar a explicar porqué la felicidad alcanzó altos niveles en Occidente tras la segunda guerra mundial.

Con las economía en rápido crecimiento, la gente comenzó a creer que sus hijos gozarían de una vida mejor que la suya.

Elevar los impuestos para desalentar el trabajo y para reducir el desarrollo económico es una manera de paralizar ese progreso. Casi todos los estudios demuestran que la pérdida de renta y de oportunidades reducen la felicidad.

De hecho, el grado de felicidad no ha cesado de aumentar. Según la World Database of Happiness, dirigida por el investigador holandés Ruut Veenhoven, la satisfacción ha aumentado en la mayoría de los países occidentales, de los que se vienen examinando datos desde 1975. Hay ciertas regresiones, pero lo uniforme del estándar es que la gente consigue ser más feliz cuanto más ricas se tornan las sociedades.
Y los lugares más felices son en su mayoría los más individualistas: Norteamérica, la Europa del norte y Australasia.

Otra razón para esta satisfacción es que una sociedad liberal y de mercado proporciona a la gente la libertad de elegir por sí misma. Una vez acostumbrados a tal libertad, conseguiremos elegir cada vez mejor el modo de vida y de trabajo que más nos guste.

Si usted piensa que no consigue ser más feliz a causa del duro trabajo y de la movilidad, déjelo.

Un estudio demostró que el 48% de los americanos habían reducido su jornada laboral en los últimos cinco años, no aceptaron promociones laborales, redujeron sus expectativas económicas y trasladaron su residencia a lugares más apacibles. ¿Comida rápida o comida lenta? ¿Con logotipo o sin logotipo?



En una sociedad liberal usted decide.

Esto podrá ser así mientras seamos libres para tomar decisiones por nosotros mismos. Los que utilizan los estudios sobre la felicidad para proponer una agenda contra el mercado nos negarían esa libertad. Nos dirían como tenemos que vivir nuestras vidas y, por lo tanto, limitarían nuestra capacidad para que en un futuro podamos tomar decisiones por nosotros mismos.

A pesar de la crítica realizada por Layar respecto al materialismo e individualismo, incluso él admite que “en occidente somos probablemente más felices que cualquier otra sociedad anterior”. Bien, en ese caso, por favor, por favor, no mine esa sociedad.

Somos más ricos, gozamos de mayor salud y somos más felices de lo que nunca antes antes habíamos sido. Vivimos más tiempo, más seguros y en mayor libertad que nunca antes.

A cada sucesiva generación hemos podido continuar avanzando sobre el conocimiento, la tecnología y la abundancia de las generaciones precedentes, agregando nuestra parte. Hemos reducido la pobreza, hemos creado más abundancia y esperanza de vida en los últimos 50 años que en los 5.000 precedentes.

No estoy utilizando el refrán de si el vaso está medio vacío o medio lleno. Estoy diciendo que estaba vacío. Apenas hace 200 años que la esclavitud, el feudalismo y la tiranía gobernaban el mundo. Para nuestros actuales estándares incluso los países entonces más ricos eran extremadamente pobres. La probabilidad media de sobrevivir al primer año de vida era bastante menor que la de llegar hoy a la jubilación

Ahora el vaso, al menos, está medio lleno. Y se está llenado mientras hablamos. Si lo tuviera aquí, frente a mí, propondría un brindis a la creatividad y la perseverancia de la humanidad. En otras palabras: no se preocupen, sean felices.


Pero a pesar del hecho de que somos felices, parece como si no lo notásemos y nos preocupamos.
Cuando interrogamos a la gente sobre lo que ocurre en el mundo, la mayoría responde que las cosas parecen ir a peor, que la pobreza aumenta, que la naturaleza se está degradando.


La pasada semana publiqué una investigación donde mostraba que los suecos piensan que los estándares e indicadores señalaban que la vida y el medioambiente -que en realidad están mejorando rápidamente- están empeorando.



Cuando leemos los periódicos sólo encontramos problemas, pobreza y desastres. Movimientos internacionales de gran alcance se oponen a la globalización y al capitalismo porque los consideran como elementos que aumentarán la miseria y el hambre.


Y los intelectuales se dedican a escribir libros en los que nos cuentan lo tristes y deprimidos que estamos todos.


Si hay algo que no mejora en el mundo es nuestra opinión sobre él ¿Por qué? ¿Si la aventura de la humanidad es un gran triunfo, por qué no nos damos cuenta de ello?



¿Por qué la tendencia a pensar, como Marx, Lenin, Heilbroner y Hobsbawm, que los progresos que podemos constatar darán lugar a un problema u otro?


Procuraré proporcionarles algunas explicaciones respecto a este sorprendente y molesto hecho.



El problema del sesgo


El principal y más obvio villano de esta historia es la evolución. La selección natural ha cambiado el enfoque de la humanidad hacia los problemas. Resulta fácil comprender que los primeros seres humanos que se sentaron tras una buena comida para descansar y disfrutar de la vida, bien podrían no haber encontrado el suficiente alimento para hacer lo mismo al siguiente día y que, además, corrían el riesgo de ser devorados por un león.


Mientras tanto otros permanecieron en tensión, buscando solución a los problemas, buscando y recolectando un pedacito más de alimento por si acaso; quienes siempre vigilaban con sospecha el horizonte fueron quienes encontraron cobijo antes de la tormenta o del ataque del león. Consecuentemente resultaron ser los que sobrevivieron y quienes nos legaron sus genes repletos de ansiedad y estrés.


Es importante hallarse al tanto de los problemas, porque los problemas nos empujan a actuar. Si mi casa arde, necesito saberlo ahora. El hecho de que mi casa sea bonita no es importante en este momento. Si escucho información respecto a que en la comida hay algo que puede matar a mis hijos, necesito la información precisa ahora mismo. Que haya algunos platos preparados nuevos en el mercado no es ahora importante.


Los humanos somos una especie de “solucionadores de problemas”. Quienes solucionaron problemas sobrevivieron. Y significa que los buscamos. Cuando solucionamos un viejo problema no nos detenemos a deleitarnos en el goce de haberlo superado, buscamos en mayor problema siguiente y comenzamos a trabajar en su solución.

No perdemos el sueño por las noches contemplando que hemos sido capaces de tratar la poliomielitis y la tuberculosis. Perdemos el sueño pensando cómo tratar el SIDA o lo que la gripe aviar pueda significar en un futuro.


No pensamos en lo grandioso de haber erradicado la malaria en los países desarrollados, sino que lo hacemos respecto a lo terrible que resulta que mucha gente muera víctima de esa enfermedad en los países en vías de desarrollo.
El escritor norteamericano Gregg Easterbrook ha indicado el hecho de que los viejos problemas, por horribles que hayan podido parecer en un pasado, resultan menos amenazadores cuando se analizan retrospectivamente porque sabemos que pudimos solucionarlos. Pero los problemas actuales resultan inciertos y están por resolver, y eso es lo que se queda en nuestra mente.

Hace pocas semanas, la principal noticia en las televisiones era la “existencia de una amenaza ambiental cada vez mayor” en Europa. El problema era que el transporte se estaba convirtiendo rápidamente en el mayor emisor de dióxido de sulfuro.


Sin embargo, si usted escuchó con más atención la noticia, posiblemente entendería que la verdadera noticia no era el crecimiento de las emisiones del transporte -crecieron, pero de forma muy modesta-, sino la rápida reducción contaminante de otras fuentes.


Las emisiones totales de dióxido de sulfuro en Europa (transportes incluidos) han sido reducidas en un 60% en los últimos 15 años. Así que, la verdadera noticia es la dramática mejora de las condiciones medioambientales (pero ahora el problema estaba en el transporte, con el que teníamos que enfrentarnos, de modo que era noticia).


Soy un optimista. Creo que este sesgo perceptivo es algo bueno. Es lo que nos mantiene alerta para poder resolver los problemas y mejorar el mundo. Pero tenemos que entender que esto también significa que nuestras mentes están constantemente ocupadas con problemas. Y que a causa de ello tendemos a ver el mundo peor de lo que es.


El progreso siempre crea nuevos retos y los “solucionadores de problemas” piensan más en el reto que en el progreso.


Tenemos una vida más larga que generaciones precedente ¿No es eso fantástico?

No, porque esto ocasiona mayores costos en pensiones y atención de la salud. Por fin los países pobres avanzan económicamente ¿No es eso maravilloso? No, porque ahora tenemos el temor de que los fontaneros polacos y los programadores indios nos quiten nuestros puestos de trabajo.
Alguna cosa nos causará temor siempre. En la década de los 70, cuando las temperaturas descendieron, nos preocupamos por una posible nueva edad del hielo. Ahora nos preocupamos respecto al calentamiento global. Solíamos preocuparnos por los altos índices de depresión, y ahora, cuando las nuevas medicinas antidepresivas han reducido en una quinta parte la tasa de suicidios en los países ricos, nos preocupamos respecto a la cantidad de gente que toma medicinas.

El sesgo de los medios de comunicación.


Los medios explotan el interés por los problemas y desastres. Queremos estar al tanto de la última historia, la más terrible, porque nuestros cerebros de la edad de piedra intuyen es una información importante ante la que se ha de reaccionar.

Al final del milenio, una encuesta de la New York University elaboró un listado de los mayores éxitos periodísticos .


¿Esperaría usted encontrar entre ellos historias respecto al descubrimiento de nuevas vacunas, invenciones fantásticas, elevación del nivel de vida, la propagación de la democracia en cien años desde el 0 hasta el 60% de las naciones actuales?


Sufriría una decepción. Los artículos periodísticos de más éxito trataron todos sobre guerras, desastres naturales, químicos peligrosos y vehículos inseguros.


Riesgos, sucesos horribles y desastres se dramatizan con facilidad y son baratos de producir. Por esa razón el crimen es un tema tan popular en las noticias. Estudios realizados en los EE.UU demuestran que cuanto más tiempo pasa un individuo viendo las noticias de la televisión, más exageran el índice de criminalidad de sus ciudades.



Un fascinante estudio, realizado sobre la ciudad de Baltimore, demostró que un 84% de personas temían que los criminales les causasen algún daño, a ellos o a sus seres queridos. Al mismo tiempo, casi todos (el 92%) se sentían seguros en su propio vecindario, del que tienen información de primera mano.

Todos creían que el índice de criminalidad en Baltimore era elevado, pero pensaban que los delitos se cometían en otros lugares de la ciudad, lugares que sólo conocen a través de los medios de comunicación.


Tales resultados aparecen una y otra vez en las encuestas.

La gente piensa que se está degradando el medio ambiente, que la economía se cae a pedazos; los alemanes piensan que la reunificación de Alemania resultó nefasta para la mayoría. Pero también piensan que su ambiente local es bueno, que su economía personal está mejorando y que la reunificación de Alemania resultó ser buena para su situación personal. Los problemas y los desastres les ocurren siempre a otros o en alguna parte que les resulta remota. Si todos pensamos así, todos debemos estar equivocados.


El problema de un mundo globalizado es que siempre habrá alguna inundación en cualquier parte, siempre habrá un asesino en serie por algún sitio, siempre habrá hambre en algún lado.

Por ello hay siempre una fuente constante de horrores con la que llenar las pantallas de la televisión. Si usted no conoce los antecedentes ni evalúa las estadísticas, estará tentado a concluir que el mundo está empeorando.


En cierta forma, pienso que el movimiento anti- globalización es el resultado de la globalización de la información.



Al mismo tiempo que la más extrema pobreza se ha reducido a la mitad en los países en vías de desarrollo, mucha gente cree que la pobreza aumenta porque la ven a través de su aparato de televisión.



Caemos en la cuenta de ello porque vietnamitas pobres y chinos confeccionan las camisetas que usamos. Usted no entiende el contexto si piensa que el hecho en sí es que nuestras camisetas son confeccionadas por los pobres, a pesar de que, como he dicho, la gente que trabaja para una multinacional americana en un país de bajos ingresos gana un promedio de ocho veces más que el ingreso medio de ese mismo país.


Excepciones, más interesantes que las reglas


Otro sesgo perceptivo consolida el foco en los problemas, en nuestra mente y en los medios. Lo nuevo es noticia. Nos interesan las excepciones. No vemos las cosas cotidianas. Vemos las cosas nuevas, las extrañas, las inesperadas.



Es natural. No tenemos necesidad de explicar ni de entender las cosas normales, las diarias, necesitamos comprender las excepcionales. No le contamos a nuestra familia cómo conseguimos regresar del trabajo al domicilio (a menos que nos haya sucedido algo realmente extraño en el trayecto).


Esto significa que adoptamos siempre un sesgo cognoscitivo que tiende a distorsionar nuestra visión del mundo. Notamos lo sobresaliente.


En un mundo que está yendo a mejor, tendemos a acentuar aún más los problemas que siguen pendientes de solución.


No leeremos en un periódico que un tren llegue con seguridad y a su hora. Leeremos algo de un tren cuando sufra un accidente. No leeremos nada respecto a alguien que se fue andando desde el pub hasta su casa. Pero oiremos hablar de esa persona si durante el trayecto lo asaltan y golpean.


El que un avión aterrice con normalidad fue noticia en 1903, cuando los hermanos Wright tuvieron éxito por ver primera. Pero desde diciembre de 1903 los aviones sólo han sido noticia cuando han sufrido un accidente.



Por lo tanto exageramos respecto a la frecuencia de los accidentes, puesto que desde la segunda guerra mundial nunca se habían registrado tan pocos accidentes aéreos como durante el año 2004, a pesar del notable aumento del número de vuelos. El número de accidentes aéreos en la década de los 70 era cuatro veces superior a los de hoy día. Pero no espere que los medios se hagan eco de ello.


Espere lo contrario en las contadas ocasiones que suceda un accidente. No es noticia que un pero muerda a un hombre, la noticia es que el hombre muerda al perro.


El pensador liberal francés Tocqueville ya observó este mecanismo mental a principios del siglo XIX, cuando se percató de que la gente discutía respecto a los problemas de la pobreza durante la revolución industrial.


En un principio pensó que resultaba extraño, puesto que la expansión del sistema de fabricación significó salarios más altos y mercancías más baratas. La pobreza disminuía, pero al mismo tiempo se observaba como un problema superior al anterior.


Tocqueville llegó a la conclusión de que tal cosa no estaba sucediendo, sino que, antes al contrario, la pobreza se hallaba en regresión. En épocas anteriores la pobreza se consideraba como algo dado, algo que estaba en todas partes y que teníamos que soportar.


Las religiones desarrollaron elaboradas explicaciones respecto a la virtud de la pobreza. Pero en los siglos XVIII y XIX la industrialización creó una abundancia sin precedentes y millones de personas se elevaron sobre la pobreza. Así que la pobreza que persistió fue vista como algo mucho peor que antes y la gente comenzó a preguntarse el motivo por la que debía tolerarla. No era necesario, la situación podía -y debía- ser cambiada. La pobreza ya no era algo dado, ahora era un problema social.


Esto estableció por mucho tiempo la idea errónea de que la revolución industrial había creado mayores problemas de los que resolvió. Bien, en cierta manera lo hizo: haciendo de la pobreza una excepción, fijo la pobreza como un problema en las mentes de las personas.


Ahora es el momento de aplicar el descubrimiento de Tocqueville al hecho de que la pobreza se está reduciendo rápidamente en los países en vías de desarrollo y de que la gente se dedique, repentinamente, tanta atención a la pobreza en esos países.


¿Qui bono?


Por supuesto que, varios grupos, instituciones e intereses políticos particulares, tanto de la izquierda como de la derecha, se valen de nuestro sesgo mental para planificar su agenda.


Si pueden demostrar la existencia de un problema o la posibilidad de que ocurra un desastre en algún lugar, lograrán captar nuestro interés y nos obligarán a actuar, AHORA.


¿Las escuelas serían un poco mejores si aportásemos cierta cantidad adicional de dinero? ¿A quien le importa? ¿Desgraciadamente fallarán las escuelas y nuestros chicos se convertirán en criminales si no aportamos ese dinero extra? ¡De acuerdo, vamos a hacer algo ahora mismo!


¿Los nuevos impuestos para conseguir ese dinero extra frenarán las inversiones y rebajarán los niveles adquisitivos de los contribuyentes? ¿A quien le importa? ¿Destruyen la economía de la gente y hace que pierdan sus hogares? ¡Hay que suprimirlos ahora!


Todas las partes están interesadas en exagerar los problemas de nuestro mundo. Lo mismo puede aplicarse a los científicos, los intelectuales o a las autoridades. Si desean conseguir más dinero para sus estudios e investigaciones han de demostrar que se correría un grave riesgo de no estudiar a fondo lo que recomiendan o de aplicar lo que proponen.


Lo mismo se puede aplicar a las instituciones de carácter global. En septiembre [N: recuérdese que el conferenciante habla con respecto al año 2005], UNDP (programa de desarrollo de las Naciones Unidas) publicó su informe anual sobre el desarrollo humano. El comunicado de prensa habla de aquellos lugares donde los problemas aumentan y de los 18 países que se han quedado a la cola del desarrollo.


El comunicado resume la situación mundial realizando declaraciones tales como: “la lectura del informe, donde se señalan los índices de progreso, es un lectura deprimente”, o bien: “El mundo se dirige hacia el anunciado desastre del desarrollo humano”.


Pero ¿cómo se han desarrollado los países pobres en su conjunto? Oculto, en otro lugar del informe, empleando una fraseología bastante menos dramática, el UNDP concluye:


“Examinando la tendencia continuada hacia el progreso del desarrollo durante el transcurso de la última década, éste ha continuado. Por término medio, se puede anticipar que, los nacidos en los países en vías de desarrollo tendrán mejor educación, serán más ricos y mejores condiciones sanitarias que la generación de sus padres”.


Continua exponiendo que en los 15 últimos años los países en vías de desarrollo padecen menos pobreza, han reducido la mortalidad infantil, han obtenido acceso a un agua de salubridad adecuada, reducido el analfabetismo, padecido menores conflictos y conseguido más democracia
¡Esto es lo que la UNDP resume como “un desastre del desarrollo humano”!


Podría considerarse un desastre si se comparan con las expectativas de programas que diesen resultados más rápidos, aplicados incluso al mismo tiempo en más lugares. Pero si usted no es un lector atento se quedará con la perspectiva de que todo empeora y, desde luego, esa es la impresión que el comunicado pretende transmitir.


Pienso que sucede lo contrario a lo que se explica en el informe. Si constantemente empleamos más tiempo y consumimos más recursos para tratar los problemas del mundo y la UNDP nos dice que no han surtido el más leve efecto ¿para qué continuar?


Pero este no es el punto que me interesa ahora. La clave es entender la clase de amenazas empleadas por los intereses particulares, la distorsión que inducen en nuestra percepción del mundo. Algunos lo declaran abiertamente.


En una entrevista publicada por el Discover Magazine en octubre de 1989, el científico Stephen Schneider, a menudo citado como experto ecologista en el cambio climático, explicó que:
“[Para salvar al planeta] necesitamos lograr un amplio apoyo que retenga la atención del público. Eso implica una fuerte cobertura de los medios. Tenemos que ofrecer panoramas de miedo, realizar declaraciones simplificadas, dramáticas y hacer escasa mención respecto a las dudas que tengamos al respecto. Cada uno de nosotros debe decidir cual es el equilibrio correcto entre ser honesto y resultar eficaz.”


Realicemos un experimento mental para destacar el proceso. Imagine que la conclusión de esta conferencia es que el sesgo mental resulta un tanto problemático, pero que podemos convivir con él, sin embargo


¿Pensaría usted que mi conferencia conseguiría más o menos atención si mi conclusión fuese que esa predisposición psicológica es un tremendo problema que nos llevará al desastre?


La destrucción creativa se contempla como destructiva.


Por si no nos bastase con el sesgo cognoscitivo ante problemas y emergencias, -que los medios de comunicación y grupos de intereses explotan al máximo-, tenemos otro problema: nos concentramos a corto plazo en lo personal, en vez de efectuarlo a largo plazo en lo universal.


Así que por esta causa habrá cosas que no podremos observar (utilizando la fórmula dada por el economista francés del siglo XIX Frédéric Bastiat).


Me permitirán ilustrar lo anterior por medio de un documental americano sobre el que mantuve un debate recientemente en un programa televisivo. El documental, producido por el Public Broadcasting Service versa respecto a que el Centro Wal-Mart realiza la mayoría de sus compras en China, pretendiendo mostrar que eso representaba un desastre para América.


Durante casi una hora se recogieron entrevistas a trabajadores y dueños de fábricas que perdieron sus trabajos o negocios a causa de las importaciones de artículos de bajo coste chinos.


1 a 0 en favor de los anti- globalizadores.


No deja de ser cierto que algún trabajador americano en la manufactura de esos productos pudo perder su empleo por ese motivo, pero hay otros efectos que el documental no nos mostró. Por el mismo motivo un trabajador chino conseguirá empleo y gastará sus ingresos de determinada forma, lo que viene a significar más puestos de trabajo para las empresas de exportación chinas.


Los consumidores americanos consiguen el mismo producto a precios inferiores y pueden gastar el excedente de sus ingresos en otros productos y servicios, de manera que el desempleado americano puede conseguir un nuevo trabajo en otro sector.


Así que tenemos cuatro buenos resultados: obrero chino- compañía de exportación- consumidores- nuevos sectores en desarrollo. En pocas palabras: antiglobalistas 1, partidarios de la globalización y del libre comercio 4.


Pero tendemos a no ver tales efectos, ya que no son ni personales ni inmediatos. Sólo veremos una fábrica que se cierra y a un trabajador que pierde su empleo, algo que es real, visible, de carne y hueso, y nos identificamos con ello.


Que los obreros consigan nuevos empleos, que el poder adquisitivo mejore, que se creen nuevos sectores es algo más abstracto, sucede más adelante, es algo más difuso y no tan sencillo de recoger como noticia ni de relacionarlo con el comercio libre.


El capitalismo funciona por medio de la destrucción creativa. Creamos constantemente nuevos productos, servicios, métodos productivos y de comercio. Pero para poder hacer cosas nuevas de nuevas formas, debemos dejar de hacer cosas viejas a la antigua usanza.


El problema es que tendemos a fijar la atención y a resaltar la parte destructiva que lo anterior implica, no la parte creativa. Los americanos hablan más del millón de empleos perdidos en el sector manufacturero desde 1970 que de los 60 millones de puestos de trabajo que se crearon en otros sectores al mismo tiempo.


Este tipo de mentalidad es otra de las causas por las que el mundo nos parece peor de lo que en realidad es y por la que el capitalismo siempre encontrará opositores. Cuanto más crea y mejora, creemos percibir que más destruye y mina.


Hace algunos años, un antiglobalista sueco explicó respecto a un debate en el que había participado que los pro- capitalistas “se refirieron constantemente a datos”, pero que los antiglobalistas habían sido más eficientes porque “utilizaron ejemplos de la realidad”.


Al parecer, hechos contra ejemplos. Estadística agregada y abundantes abstracciones contra “carne y hueso”.


No estoy seguro respecto a quien gana en este tipo de discusiones. A los humanos nos atraen las narraciones y los ejemplos sobre aquéllo con lo que nos identificamos. Si a la audiencia le cuentan que hoy hay 400 millones menos de personas pobres que en 1981, pero al mismo tiempo se le dice que una persona con nombres y apellidos cayó en la pobreza por ese tiempo, no resultará seguro que esa audiencia concluya que la pobreza ha disminuido. Por medio de estos mecanismos mentales que he descrito, no prestamos la misma atención a la primera situación como en la segunda.



El remedio


Teniendo en cuenta los factores psicológicos anteriores, encuentro sorprendente que tanto el liberalismo como los mercados libres hayan podido sobrevivir y alcanzar el grado que actualmente tienen. Incluso deben de generar mayores ventajas de las que pensamos, para poder superar tal oposición inconsciente.


Pero, sin ninguna duda, las causas anteriores son un serio obstáculo para la evolución del liberalismo ¿Qué podemos hacer al respecto?


¿Cómo podemos aprender a vivir en un mundo [liberal] dotados de una mente que exagera constantemente los problemas, desastres y riesgos?


Pienso que en esta situación nuestro mayor aliado es el conocimiento. Reconocer poseer determinado sesgo mental puede enseñarnos a puentearlo. Por ejemplo, cada vez que nos digan que un problema evoluciona negativamente, deberíamos examinar las tendencias a largo plazo para comprobar si ciertamente es así, o si se trata de la exageración de una variación natural a corto plazo. Tan nefasto resulta creer fielmente en los riesgos y desastres que nos relatan, como ignorarlos totalmente.


Pero también necesitamos poseer determinados conocimientos respecto a las cosas que mejoran en nuestro mundo. Aquí es donde incluso los buenos pensadores fallan. Mencioné a Gregg Easterbrook. Él escribió un gran libro, titulado “La paradoja del progreso”, respecto al extraño hecho de que la gente se siente mal aunque las cosas mejoren. Aunque tengo mis reservas, he aprendido mucho de él.


Una de sus explicaciones para este misterio es la de un extenso sentido de la “ansiedad del colapso”, una especie de mala conciencia causada por vivir una buena vida; miedo a que la abundancia de la que gozamos sea insostenible y que algún tipo de desplome económico, ambiental, o cualquier otro tipo de desastre, pueda terminar con ella en cualquier momento


¿Quizás Marx, Lenin, Heilbroner y Hobsbawm sufrían de “ansiedad del colapso”?


Lo que no acepto es que se trate de ningún tipo de problema psicológico, sino más bien que se trata de una conclusión lógica cuando usted no entiende de dónde procede la abundancia.


Desafortunadamente, no creo que el libro de Easterbrook ayude la los lectores a que comprendan esto. Parece como si todo nos hubiese sucedido por casualidad o por suerte, o como si se lo hubiésemos robado a alguien. Si así fuese, no resultaría irracional pensar que la abundancia algún día desaparecerá.


Para recuperar la fe en el futuro y en el progreso hemos de comprender aquéllas cosas que lo crean. No se trata de una coincidencia: es el capitalismo. No es otra cosa diferente al hecho de que la gente que es libre crea, al hecho de que somos “solucionadores de problemas”, al hecho de que cuantas más personas libres vivan para pensar e innovar, ocasionará que mayor será la oportunidad para que algunos de ellos desarrollen conocimientos útiles, tecnología y riqueza. Y si los incentivos son adecuados, si las personas obtienen beneficios proporcionales a sus esfuerzos, usarán en la mayoría de las ocasiones tales beneficios para construir un mundo mejor. En un mundo en el que miles de millones de personas sean libres para crear, las probabilidades de que ese mundo sea mejor siempre serán mayores.


Por esa razón debemos creer en el futuro, no de forma tan ingenua como los deterministas, quienes piensan que nada puede ir mal. Sabemos que los conflictos, el terrorismo, las enfermedades y los desastres naturales pueden, y van, a causar daños enormes.


Debemos creer en el futuro reconociendo que la humanidad es inteligente, que el flujo libre de la información y de los mercados nos proporciona una inteligencia uniforme. Nos ocuparemos de resolver con más eficacia los problemas si somos libres y ricos.


Las estructuras de cada generación descansan sobre los logros de la anterior y así tenemos que construir constantemente sobre las estructuras de los demás. Por lo tanto, el mayor progreso aún está por construir.


La perspectivas a largo plazo son asombrosas.


En las sociedades libres la gente viven más tiempo que nunca antes; ahora mismo tenemos más científicos vivos que la suma de todos los que han vivido en épocas anteriores, y todos ellos reciben una educación que dura tanto tiempo como la que sumaría el total de la vida del pasado. La biología, la nanotecnología y la robótica proporcionarán mejoras masivas. Seremos más ricos, viviremos más tiempo y estaremos más sanos. Aquéllos continentes que pensábamos estaban condenados a la miseria, pronto gozarán de los estándares de vida que tenemos hoy.


Sabemos que nuestro mundo mejorará de formas y con tecnologías que nos resultan tan imprevisibles como podrían serlo para nuestros antepasados los aviones o los ordenadores.


Pero al mismo tiempo esos mecanismos perceptivos y mentales implicará que, constantemente, muchas personas se quejarán constantemente, manteniendo que las cosas van a peor y que, cada vez que solucionemos un problema, esas mismas personas buscarán un nuevo problema.


Pero no tiene por que ser así. Podemos presumir con seguridad que cuando leemos en la prensa la noticia del accidente de un avión o de un desastre cualquiera, que a pesar de los horrores de esa historia particular, el hecho de que sea noticia es porque ésta es excepcional y que el mundo sigue siendo un lugar bastante seguro. Cuando observamos a otros que se quejan y que prestan atención únicamente a las dificultades, podemos concluir con seguridad que se trata de dificultades excepcionales y que su atención y esfuerzos significa que algunos problemas están a punto de ser solucionados.


Puesto que soy un optimista, quisiera concluir con un pensamiento reconfortante: Y es que quizás determinado tipo de descontento el la condición previa del progreso.


Merece la pena dar ahora la última palabra a uno de los pensadores más profundos de todos los tiempos, el historiador liberal inglés Lord Macaulay, cuya interpretación Whig de la historia fue condenada como ingénua, idea digna de Pangloss, de que las cosas mejoran constantemente, pero que en realidad era un reconocimiento a lo que los individuos pueden crear cuando son libres.


Cuando Macaulay escribió su historia de Inglaterra no podía entender por qué los ingleses pensaban que el pasado eran “esos buenos viejos tiempos”, y previno a las siguientes generaciones -nosotros- para que no viésemos con romanticismo su tiempo, que, a pesar de ser mejor que el pasado, no era ninguna utopía.
Escribió esto:
“El efecto general de la evidencia que se suministra al lector no parece admitir duda alguna (que los estándares de vida están mejorando).
Todavía, a pesar de la evidencia, muchos aún se imaginan a la Inglaterra de los Estuardo como un país mucho más placentero que la Inglaterra en la que vivimos. A primera vista puede parecer extraño que una sociedad, que al mismo tiempo avanza con impaciente velocidad, deba estar constante mente mirando hacia atrás con tierna pesadumbre.
Pero ambas propensiones, inconscientes por lo que se ve, pueden resolverse con facilidad en un mismo principio. Ambos son el resorte de nuestra impaciencia por estado en el que nos encontramos actualmente. Esa impaciencia, mientas nos estimula a sobrepasar a las generaciones precedentes, nos dispone a exagerar su felicidad.
Es, en cierto sentido, irracional e ingrato por nuestra parte estar constantemente descontentos con una condición que mejora constantemente. Si estuviésemos satisfechos con el presente dejaríamos de usar el ingenio, de trabajar y de ahorrar con la mirada puesta en el futuro.”


Ranking de riqueza de los países globalizados y no globalizados EN LA URL : http://es.wikipedia.org/wiki/Lista_de_pa%C3%ADses_por_PIB_(PPA)_per_c%C3%A1pita